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Gilberto Ávila recuerda su encuentro con el Che

Las Tunas.- El 7 de septiembre de 1958, era un día de trabajo y Gilberto Ramón Ávila González andaba por el intrincando monte de sur de Jobabo junto a otros familiares cortando guano cuando fueron intersectados por un grupo de hombres armados y barbudos.

Hacía poco que estaban en la zona donde llegaron en busca de trabajo, al ser desalojados de su próspera finquita, y se establecieron en un bohío abandonado de un guajiro que fue expulsado por no pagar las deudas.

Con solo 16 años de edad, ya conocía gracias a las trasmisiones de Radio Rebelde sobre la lucha armada en la Sierra Maestra, por ello se ofreció ayudar. Él y un amigo, también adolescente asumieron la tarea de bañar y alimentar a los caballos, que venían muy cansados.

«Aquellos rebeldes no eran iguales a los que operaban por allí. Con ellos venía el Cojo Salgado y su tropa, los cuales andaban con ropas de calle, rotas y desgastadas. Pero este grupo andaban todos vestiditos de verde olivo, barbudos, la mayoría, y con fusiles» contó Gilberto a Tiempo 21.

Allí conoció a Marcos Borrero, con quien estableció rápidamente una relación de simpatía y conversó de diversos temas.
«Yo me di cuenta que la camisa que usaba tenía las marcas de los grados de capitán y le pregunté si la camisa era suya. Él me confesó que había sido degradado por una indisciplina».

Sería el propio Marcos quien le presentó al Jefe de la Columna 8 Ciro Redondo.
«Después de comer, le dije a Marcos que necesitaba unas sogas para amarrar a los caballos y tenerlos listos cuando los necesitarán. Fuimos juntos al almacén y allí tras un buró estaba el Che. Entonces cuando levantó la mirada y me miró, Marcos me dijo, -él es el Comandante Ernesto Guevara, mi jefe-».

En el breve encuentro, el Che le preguntó sobre la posible presencia de los soldados del Ejército de Batista por las zona y el estado de los caminos.

Gilberto se sumó a los guajiros del batey Las Merceditas que ayudaron a establecer el campamento, en el cual permanecieron los rebeldes el 7 y 8 de septiembre de 1958, cerca de Zabalo.

«En el momento de continuar viaje hacia Camagüey, unos revolucionarios se montaron en un pisicorre, que era del dueño de la arrocera, otros se subieron en dos carretas tirados por tractores y otro grupo iba a caballo, entre ellos el Estado Mayor y el Che. La despedida que le hicimos fue tremenda, todos nos reunimos allí para decirles hasta luego».

 

/lrc/

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