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Las Tunas, sencilla y especial

Las Tunas.- Cuando amas la ciudad, caminas por sus calles y miras cada sombra y cada luz. Admiras las estructuras de las edificaciones y la sencillez de las personas que pasan a su lado y entonces te enorgulleces de las grietas y las paredes lisas, de las argollas en las aceras y de la más moderna obra.

Es Las Tunas, una ciudad que- cual ave Fénix- resurgió de sus cenizas libertarias y que dio vida a anécdotas, personajes, leyendas y tradiciones. Es una urbe llena de encantos en sus calles y su gente, que enamora y obliga a conocerla.

Recuerdas la historia, las llamas que la consumieron más de una vez y te preguntas cuál es el origen de esos lugares, por qué llevan tal nombre, qué hicieron ahí tus antepasados y cómo los verán tus nietos cuando transcurran los años y sean otras las personas que los admiren.

El restaurante Siboney, la tienda Variedades, la parada y los edificios de los alrededores son “El Piquinchiqui”, porque hace varias décadas había allí un puesto de comidas ligeras, en el que se degustaba cerdo y pollo, pig and chicken en idioma inglés.

Al Estadio Ángel López Jiménez le decimos “Estadio Chiquito” y al reparto Fernando Betancourt, lo denominamos “Las 40”, por igual cantidad de viviendas que se entregaron a damnificados del ciclón Flora. La Secundaria Básica Jesús Suárez Gayol es “La Escuelita” y al Parque 26 de julio todos le decimos “La Feria”.

A la tienda Balcón de Oriente le llamamos “La Gúmer” y la Innovación sigue siendo “La Panameña”. El Tanque es más que el reservorio de agua. El restaurante El Reymar combina el nombre de sus primeros dueños y La Arboleda quedó en la memoria como El Bodegón.

Muchos calificativos pasan al olvido poco a poco. Otros se adueñan rápidamente de su nueva identificación. A un tramo de la calle Francisco Vega nadie le dice así, sino “Boulevard” y de la Tricontinental o el Yumurí pocos hablan pues la cremería Las Copas se adueñó de esa esquina y del corazón de los tuneros.

Pero, por suerte, no se olvida la leyenda del jinete sin cabeza, ni las anécdotas de Paco el Chivo, ni los añorados gestos de El Comandante de nuestras calles. Tampoco, la pitada del Aserrío, la majestuosidad del Hotel Plaza ni la Casa de Piedra.

Es parte de la vida y del renacer del entorno; del paso del tiempo, que vuelve y vuelve, y que te obliga a seguir amando cada esquina y a decir, sin miramientos, cuánto orgullo sientes por haber nacido y crecido en Las Tunas, una ciudad sencilla; pero, especial.

/lrc/

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