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Jobabo: El 30 de diciembre trazó el rumbo

Jobabo, Las Tunas.- Todavía quedan unas cuantas personas que vivieron de cerca los tiroteos entre los barbudos Rebeldes de la Columna 12 ¨ Simón Bolívar ¨ y el puñado de rurales y  ¨ casquitos ¨ que se empeñaban en proteger al régimen batistiano.

Una tarea difícil, pero se logró tomar a Jobabo en este segundo intento, el 30 de diciembre de 1958; ya el mes antes se había fallado, pero en esta había mejor organización, disposición combativa y una buena estrategia.

Así cayó el Cuartel, ubicado frente a mi casa y que ahora es una buena escuela, en la que estudié parte de la primaria y donde aprendí lo fundamental de la vida, leer, escribir, contar, amar a mi país, valores, convicciones…

La operación se inició la noche del 29, cuando se comenzaron a tomar las posiciones para tomar los diferentes puntos estratégicos del entonces barrio perteneciente al término municipal de Las Tunas. La misión era mantener el puesto hacer que el enemigo gastara municiones para propinar el golpe certero al amanecer del 30.

Las ametralladoras enemigas descascaraban los parapetos que servían de abrigo a los Rebeldes, fue una noche bastante recia, por la mañana fue peor y ya a eso de las 11 irrumpió la aviación, ametrallando todo lo que pareciera verde olivo.

Otra vez el pueblo de Jobabo se lanzaba fuera de sus casas para ayudar al Ejército Rebelde, al ejército de Fidel, al ejército del pueblo, a su ejército.  Mujeres y niños cruzaban las calles para llevar agua, café, cigarros y comida…

Como a las 2 de la tarde, pararon los disparos.  Era evidente que los guardias se habían retirado del Cuartel y el Central aprovechando una alcantarilla, pero la rápida acción de los guerrilleros propició que unas horas después fueran a parar a los mismos calabozos en que torturaron y masacraron a los Revolucionarios jobabenses.

Ese día todo Jobabo se lanzó a la calle. Al fin, ya eran libres.

 

FRAGMENTO TOMADO DEL LIBRO JOBABO, APUNTES PARA UNA EPOPEYA REBELDE, EN EL QUE SE NARRAN LOS HECHOS POR EL GENERAL DE DIVISIÓN JESÚS BERMÚDEZ CUTIÑO, UNO DE LOS JOBABENSES PROTAGONISTAS.

TOMA DE JOBABO

Sin dudas ese hecho constituyó el punto culminante de la guerra de liberación  en esta localidad, situación que motivó a que llevemos a los lectores  vivencias del jefe de columna no. 12, jefes o segundos jefes de pelotones, combatientes y participantes  en esa decisiva acción militar. ¿Cómo analizó Bermúdez Cutiño aquella epopeya?

Lo sabremos mediante fragmentos de  su artículo Toma del cuartel de Jobabo.[1]

Habíamos rechazado varios intentos de los guardias para cruzar de Camagüey hacia Oriente y sostenido prologados combates en el tramo comprendido entre el río Jobabo –límite entre ambas provincias- y el Crucero de Domínguez, a 7 kilómetros de Victoria de Las Tunas.  Sin embargo, entrábamos en una etapa de relativo descanso después de lograr derribar el puente de Jobabito…

Al interferir de este modo la vía, todo era más fácil.  Ello posibilitó que un pequeño grupo, emboscado en un lugar favorable, impidiera el paso de los guardias y, a la vez, se liberaran fuerzas ocupadas hasta entonces en otras misiones combativas en la carretera.  Estos hechos decidieron el ataque, por segunda vez, al Cuartel de Jobabo; pero en esta ocasión se pondrían en práctica las experiencias adquiridas en el anterior intento. Se decidió agrupar varios pelotones para asegurar la toma del Cuartel, mediante un ataque combinado donde se incluían el cerco y las emboscadas al posible refuerzo, en todas las direcciones posibles.

Entre las indicaciones precisas que dio el Comandante estaban: avanzar desde distintas direcciones y entrar en el pueblo simultáneamente; cada pelotón y escuadra debía ocupar el lugar indicado, sin disparar; comenzar el ataque cuando se decidiera, de acuerdo con la señal prevista; disparar durante la noche un tiro con cada fusil y una ráfaga con cada ametralladora y esperar a que los guardias dispararan mil tiros.

Cuando cesaran los tiros del Cuartel y el Central, se ordenaba repetir la operación anterior y así sucesivamente mantenerse toda la noche del día 29; al amanecer del día 30, disparar sólo cuando viéramos al guardia a quien le tirábamos.  De esta forma, obligaríamos al enemigo a gastar muchas municiones mientras nosotros las preservaríamos para el “jaque mate”.

Coordinado el plan en sus mínimos detalles, al anochecer del lunes 29 de diciembre de 1958 comenzamos el desplazamiento para ocupar las posiciones asignadas a cada pelotón y escuadra. A nosotros, como parte del pelotón, nos tocó hacernos cargo del juzgado y batir desde este sitio, hasta recibir la señal de avance, a los guardias que se encontraban en el Central. Entretanto, el resto del pelotón, bajo el mando de su jefe, cumplía otra misión.

Con cuatro hombres tomé la planta superior del edificio del juzgado. Los demás se mantenían en los bajos. Utilizamos como parapetos las columnas que daban hacia el balcón, muchas de las cuales, después de recibir durante toda la noche el inmerecido castigo de que fueron objeto por parte del enemigo, perdieron el concreto que las cubría y se quedaron en las cabillas peladas.

El fuego contra nuestra posición era bastante recio, aunque considero que los que atacaron al Cuartel por el frente tenían una situación más difícil.  Al amanecer, los tiros se hacían cada vez más nutridos y, como a las 11 de la mañana, irrumpió la aviación.

Cuando combatíamos contra el ejército comenzaron a escucharse desde el teatro las notas del Himno Nacional a través de un altoparlante.  Tanto los guardias como nosotros dejamos de tirar mientras oíamos las notas de nuestro bello himno, más cuando éste terminó, se enardecieron los ánimos por ambas partes y arreció la lluvia de plomo.  Durante varios minutos incumplimos la orden de disparar sólo a punto fijo.

Recuerdo que alguien del grupo expresó: “Después del Himno Nacional no hay cubano que no pelee, pues hasta estos hijos de puta se envalentonaron”. Pero entre nosotros quedó la interrogante: “¿Será posible que piensen que realmente mueren por la Patria? ¿No se dan cuenta de que mueren contra la Patria?

Otra vez el pueblo de Jobabo se lanzaba fuera de sus casas para ayudar al Ejército Rebelde, al ejército de Fidel, al ejército del pueblo, a su ejército.  Mujeres y niños cruzaban las calles para llevarnos agua, café, cigarros y comida.  Un sentimiento de orgullo nos invadía: pertenecer al Ejército Rebelde.

Seguía el combate, pero como a las 2 de la tarde, dejamos de escuchar disparos.  Era evidente que los guardias se habían retirado del Cuartel y el Central y no sabíamos cómo había podido suceder tal cosa.

Para sorpresa nuestra, los guardias aprovecharon al parecer una alcantarilla en cuya salida habíamos situado una posta de dos hombres que, sin embargo, no pensaban que aquellos utilizarían ese medio. Por eso, lograron sorprender a los nuestros, apresarlos y llevarlos prisioneros en su huida.  El sargento que iba al frente de los guardias utilizó a Norberto Cruz “Ráfaga”, para que lo cruzara “a la cabrita” por el río Jobabo, con el fin de  no mojarse los pies.  No sabía él que posteriormente todo se volvería contra su arrogancia.

Cuando nos dimos cuenta de la realidad, ocupamos a toda velocidad los caminos de salida del pueblo, para cortarles la retirada.

Según las versiones de los vecinos que vieron a los guardias, éstos se dirigían en la dirección de Elia, Camagüey. Cogimos un camión y salimos rápidamente.  Nos emboscamos en un lugar conocido por “La Zorra” y, a los pocos minutos de encontrarnos allí, un compañero nuestro que fungía como explorador divisó, desde un montículo de piedras, a un grupo de “terneros” que avanzaban hacia nosotros. Paulatinamente, los “terneros” fueron tomando forma de figuras humanas.  Era incuestionable que se trataba de los guardias que, debido a lo bajo de la manigua, caminaban encorvados; además, por el color amarillo de sus uniformes, se tendía a confundirlos con vacunos pequeños.

Nos corrimos hacia la izquierda, por donde vendrían a salir los guardias. Cuando estos estaban a una distancia al alcance de nuestras armas, abrimos fuego. Solo bastaron unos cuantos disparos para que se rindieran todos. Sus fusiles apenas tenían algunas balas, ya que las habían consumido durante toda la noche y parte del día en la defensa del Cuartel y en este sentido las cosas habían ocurrido tal como fueron previstas por nosotros.

Había que ver la cara sonriente de Norberto Cruz, “Ráfaga” y la de  Nery Cabrera, a quienes los guardias venían anunciando que los ahorcarían en cuanto salieran de la zona de peligro para ellos.

Cogimos a aquellos treinta y tres guardias (algunos lograron evadirse y uno resultó muerto cuando intentó escapar) y los montamos en un camión.  Minutos después, ya estaban encerrados en el mismo calabozo donde habían torturado y masacrado durante años, aquel “laboratorio de muerte”, ahora en manos del pueblo. Hasta aquí su altanería, hasta aquí sus crímenes.

Todo Jobabo se lanzó a la calle.  Sus habitantes querían hacer justicia por sus manos contra aquellos esbirros arrogantes, abusadores y asesinos, pero esto no se les permitió.  Para eso estaban los tribunales, que los juzgarían  según las leyes de la República en Armas.  Muchas expresiones de ancianos, amas de casa y hombres de trabajo, coincidían: “¡Al fin Jobabo es libre!”.

En la acción de la captura de los guardias en La Zorra  participaron compañeros de varios pelotones.  También coincidieron allí los capitanes Pepe Botello y Pepe García, éste último jefe de un pequeño grupo que operaba en esta zona.  Ambos pertenecían a las tropas rebeldes de Camagüey y tomaron parte en la toma de Jobabo, como apoyo.

Según nuestro criterio, en esta acción se destacó el compañero Manuel Pérez, “Chunga” (f), del pelotón del capitán Silvio García Planas. Se cumplía así nuestra promesa sin alternativas: “Volveremos a sacarlos vivos o muertos”.

Esta vez nos tocó el honor de participar, junto con un grupo de oficiales de la Comandancia, en las conversaciones para la rendición de la Capitanía. Con varios compañeros ocupamos posteriormente lo que llamaban el Cuartel Maestre de la Capitanía.

Por decisión del comandante “Lalo” Sardiñas se le dio pase a los soldados de Batista, desarmados, mientras que los oficiales permanecieron allí, en posesión de sus armas cortas.

En la medida en que fueron formulándose las denuncias de la población, los prisioneros iban ocupando su lugar en el calabozo para ser juzgados por sus crímenes y abusos.  Había que verlos, tan “humildes”; ninguno había hecho nada, nadie mató, nadie atropelló, todo era calumnias, ellos eran buenos y los había hasta “revolucionarios”, todos querían ser nuestros amigos, a casi todos les éramos familiares.

Los vecinos de Tunas y sus alrededores se concentraron frente al Cuartel (la Capitanía) para aplaudir el triunfo revolucionario y pedir justicia contra los asesinos que allí estaban, ya no solo de la Capitanía sino de los puestos de la guardia rural de Jobabo, Bartle y Manatí. También los manferreristas y policías iban convirtiéndose en “huéspedes” de aquel lugar en la medida en que les “salían” las noticias de sus crímenes, que ellos consideraban tan sepultados como sus víctimas.

Al día siguiente se nos comunicaba lo que sin dudas constituyó para nosotros el más alto honor: la decisión de que nos incorporáramos a la Columna del Comandante en Jefe para realizar la histórica marcha hacia la capital del país, formando parte de la caravana de la Libertad.

Ocupamos el lugar asignado y durante una semana inolvidable pudimos ver al pueblo de Cuba lanzado por entero a ambos lados de la Carretera Central para saludar al líder máximo de la Revolución y a su Columna Invicta.  Durante su paso, todos querían saludar a Fidel, entregarle algo, hacerle patente de alguna forma su devoción y el gozo de la esperanza hecha realidad.

A lo largo del recorrido, Fidel se dirigió a la nación y también al mundo, desde varios sitios.  Finalmente, entramos en La Habana el 8 de enero de 1959.

Aún aquellos acontecimientos se mantienen vivos en el recuerdo.  Escuchamos todavía el gigantesco coro capitalino “¡FIDEL, FIDEL, FIDEL!” y el estridente doblar de las centenarias campanas de las iglesias que, junto a los pitazos de los barcos y el claxon de los carros, armonizaban el canto de la libertad, jamás imaginado por nosotros.

No fue fácil atravesar aquel mar humano: todos querían ver de cerca al jefe del ataque al Moncada, al de La Historia me Absolverá, al Jefe indiscutible.

Ya en Columbia, hoy Ciudad Libertad, después de la comparecencia de Fidel, en la cual expresó la histórica frase “¿Voy bien, Camilo?” y anunció que asumía el cargo de Comandante en Jefe de todas las fuerzas de aire, mar y tierra y junto con ello la tarea de reorganizar los institutos armados de la República, fuimos distribuidos para el cumplimiento de las labores que imponía la nueva etapa para la consolidación de la Revolución triunfante.

La vida y los hechos se han encargado de demostrar de manera palmaria lo justo y certero de la expresión de nuestro Comandante en Jefe el día que llegamos a la capital: “Estamos en un momento decisivo de nuestra historia.  La tiranía ha sido derrotada.  La alegría es inmensa y, sin embargo, queda mucho por hacer todavía.  No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil.  Quizás en lo adelante todo sea más difícil. “

Sobre este acontecimiento el Comandante Eduardo Sardiñas Labrada (Lalo) recuerda:

Después de la llegada de la columna 12 al territorio tunero y haber rechazado varios intentos de los guardias de cruzar de Camagüey hacia la provincia de Oriente y sostenidos  prolongados combates en el tramo de la carretera central comprendido entre la división de Oriente-Camagüey y el crucero Domínguez, a 7 kilómetros de la ciudad de las Tunas, se atacó un polvorín en Palo Seco el mes de noviembre, en la provincia Camagüey, tras la entrada por primera vez en Jobabo el ocho de noviembre, atacar al cuartel de Manatí del 29 de noviembre al 2 de diciembre, después del derribo del puente divisorio entre las provincias el día quince de Diciembre y dejar liberado a Bartle el día dieciséis. Se creaba una situación donde la liberación de Jobabo, cuartel enclavado al suroeste de nuestro territorio, aun cuando los guardias se mantenían acuartelados, era una anomalía inaceptable y constituía un imperativo no sólo militar sino también político.

Por tales razones se decide el ataque el 29 de diciembre de 1958. Para la citada acción se decidió agrupar a varios de los pelotones de la columna, aun cuando fuera necesario traer algunos desde lugares relativamente distantes, como fue el caso del pelotón de Ango Sotomayor, situándolo en la loma de Pepe Bello para evitar la entrada de refuerzos por la carretera Tunas-Jobabo, mientras que el Capitán Juan Olivera se ubicó en la carretera de Holguín.

Reagrupadas las fuerzas se llevó a cabo un ataque combinado que incluía además el cerco y las emboscadas contra el refuerzo que eventualmente podía llegar fundamentalmente desde la dirección de Camagüey, donde siempre había  columnas del ejército tratando de cruzar hacia oriente, previsto todo se decidió el movimiento donde cada pelotón y escuadra ocuparía el lugar indicado, durante la noche del veintinueve, hasta esperar la señal del ataque.

Previamente se habían coordinado los esfuerzos con los elementos más cercanos del frente Camagüey, fundamentalmente para que apoyaran la acción esencialmente en la dirección Elia-Jobabo, esta coordinación dio sus frutos cuando el treinta de Diciembre el enemigo fue capturado durante su huida, en el lugar conocido por La Zorra, ya en territorio de Camagüey, donde participaron  compañeros del citado frente.

De esta forma, dicho a grandes rasgos, a más de cuatro décadas, cuando ya se hacen borrosas las cosas y hasta se pierden los detalles, se liberó el pueblo de Jobabo y obtuvo su merecida victoria después de tantos esfuerzos por librarse de los esbirros que tanto daño le hicieron…

En su testimonio para este trabajo, Agustín Aldana  narró…

En conversación con el Comandante Eduardo Sardiñas Labrada jefe de la Columna No. 12. Simón Bolívar, me ordenó que lo esperara el día veintinueve de Diciembre por la tarde en La Guana colonia cañera. Allí lo esperé por la mañana y al atardecer escuché ruidos de tractores y pude ver que eran  nuestros, les pregunté por Lalo y me dijeron que estaba en la Ceiba situada a tres kilómetros de Jobabo en la carretera a Las Tunas, allí nos encontramos, me dio la misión de dirigirnos al centro telefónico por lo que partimos los dos.

Tomamos el centro telefónico y recibí la misión de buscar la operadora, la localicé en su casa y encantada de servir como siempre lo había hecho me acompañó y se puso a operar el equipo de comunicaciones, estando ya en contacto con el cuartel pidió hablar con el jefe, el que le planteó que le mandara refuerzos que estaban siendo atacados por los alzados.

Lalo le dijo que estaba hablando con el Comandante rebelde, que no tenía otra opción que rendirse, que evitara muertes innecesarias, a lo que el enemigo le respondió con groseras frases ofensivas, Lalo se sonrió y dijo ¡”si supieran ustedes las frases bonitas que me dijo”! Profetizando expresó; “ahorita me las repetirá más de cerca”. A continuación escribió un mensaje para el jefe de la columna No.13. “Ignacio Agramante”, comandante Víctor Mora,  y me dio la misión de localizarlo urgentemente. Partí con tres compañeros en un jeep que ocupé y me dirigí a la arrocera Bartés.

A la orilla del río Jobabo estaba emboscado Pepe Botello, quien  serenamente salió,  pistola en mano y se paró en medio del camino. Detuve el jeep y al reconocerme le plantee que necesitaba ir  a  donde estaba  Víctor Mora. Con un mensaje urgente.

Me guió por un puente bajo de agua, ya que tenía  minado el original; llegué ante Víctor Mora. Enterado del mensaje me pidió que le llevara unas minas, le dije que no podía, ya que yo tomaría por un atajo para llegar más rápido, y nos despedimos.

Al llegar, una hora más tarde me informaron  que la vanguardia de Víctor Mora había caído  en una emboscada, resultando muerto el capitán Peña y herido de gravedad Jorge Luís Alega Peña.

Recuerdo en el cerco, ataque y toma de Jobabo que fue tomado el teatro Encanto, Las Tecas, el puesto médico, el centro telefónico y el juzgado que fue uno de los más castigados  por el fuego enemigo. Aquí se encontraba Jesús Bermúdez Cutiño (Pipo)

Adalberto Blas Ruiz, -Bulito-, combatiente de la Columna No.12, extrajo  de su memoria:

El capitán Juan Olivera estaba ubicado con su pelotón en la carretera de Holguín, Ango Sotomayor en la Loma de Pepe Bello, Ernesto Labrada en el tecal, Salvador Sosa, Roger García y Silvio García, dentro del poblado y fundamentalmente en el cuartel, el pelotón de Marcos Carmenate también estaba en diferentes posiciones en el interior del pueblo, yo ocupé el centro telefónico conjuntamente con Agustín Aldana y otros compañeros con Lalo al frente.

Blas Peralta, combatiente de la 1ra escuadra del pelotón dirigido por el capitán Salvador Sosa, comentó:

Yo integraba la 1ra escuadra dirigida por el 1er teniente Rodolfo Pérez. El jefe de la 2da era Armando Hechavarría (F) y de la 3ra Sergio Ferriol.

La entrada para la toma del cuartel de Jobabo la hicimos por la carretera de Las Tunas, la escuadra a la que yo pertenecía  fue asignada para la orilla del río Jobabo, límite con Camagüey en aquel entonces, próximo al puente, del lado del pueblo para evitar la entrada del refuerzo del enemigo y la huida de los batistianos, conjuntamente con otras fuerzas de la propia columna No.12, y del lado de allá del río estaban tropas del comandante Víctor Mora. Las dos escuadras restantes de mi pelotón quedaron  posicionadas para la toma del poblado y el cuartel, integradas por los pelotones de Silvio, Roger García y Marcos Carmenate. Sé que los guardias se escaparon por unas alcantarillas y fueron capturados en La Zorra.

Eran como 38 batistianos; hubo un muerto. La mayoría de ellos estaban armados con Spingfield (…)

Pepe García jefe de un grupo guerrillero integrado a la tropa del comandante Víctor Mora recordó:

Estando acampados con el Comandante Víctor Mora  en el lugar conocido como la Arrocera Bartés, en Zabalo, próximo a la costa sur, éste recibió un aviso del  comandante Lalo Sardiñas, el 30 de  diciembre de 1958 acerca  de la toma de Jobabo. A mí me ordenaron ir para la zorra ese mismo día. Todavía era temprano cuando  me ubiqué en los Cuatro Caminos, en el que comunica a Berrocal con el habanero. Alrededor de las tres de la tarde unos compañeros me avisaron que venían los guardias a campo traviesa;  la gente de Lalo venía detrás. Nosotros los interceptamos, eran más de 30  guardias, no recuerdo la cantidad exacta, traían granadas y espingfield y unos cuantos tiros, no sé cuántos. A La Zorra se apareció Lalo, se llevó a los batistianos, incluyendo el armamento y las municiones. Después seguí con Víctor por el sur, el 1ro de enero nos encontrábamos en El estribo,  con Julio Camacho, jefe del Movimiento 26-7 en Camagüey,  ya disfrutábamos la alegría del triunfo. (Tomado de Radio Cabaniguán)

/mga/

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