Las Tunas.- Casi en la edad de la jubilación Lorenzo Hernández González tiene la certidumbre de que llegado ese momento no irá hacia el merecido descanso en el hogar. Se queda, dice, en la trinchera del deber, que para este tunero es el aula donde ha dejado 46 años de entrega, pasión, inteligencia…una verdadera obra de amor.
«Creo que Dios me puso en el único camino para el que soy bueno. Y si volviera a nacer sería profesor de Matemática. Tal es así que los alumnos son mis medicamentos. Sufro los problemas de ellos y disfruto hasta la saciedad sus éxitos», expresa con una resolución que confirma la vocación de quien ve a sus estudiantes como si fuesen hijos. «Ellos tienen que saber que son una parte importante en mi vida», afirma en un diálogo que lo descubre locuaz, conversador, familiar, cubano.
Tal devoción por el magisterio acumula cursos de excelentes resultados en las pruebas de ingreso a la Universidad y nada más y nada menos que en la asignatura de Matemática, «el dolor de cabeza» de la Enseñanza General en Cuba. ¿Cuál es el secreto para que los educandos aprendan?
«Yo entiendo que la Matemática es la ciencia de la vida, es una asignatura abstracta y a la vez completamente práctica. Nosotros no enseñamos a resolver un ejercicio, enseñamos procedimientos y algoritmos que luego se aplican a situaciones similares o iguales. Claro está, por tradición, mucho razonamiento o contenido generan rechazo.
“La función nuestra está en desarrollar la voluntad y la constancia en los educandos, es decir, lograr que sean resilientes para afrontar las dificultades que se les presenten y salir airosos. ¿Cómo lo hacemos? Con exigencia y disciplina extremas, pero con un amor infinito. Procuramos crear en el estudiante la necesidad de saber; sin facilismo, sin paternalismo, diciendo la verdad y que el alumno reconozca qué sabe y qué no, y todo eso le provoca, también, la necesidad de estudiar».
En consecuencia, que el centro mixto Melton Almaguer, en el municipio de Jesús Menéndez, clasifique en Matemática y en las pruebas de ingreso en general, entre los mejores del país, no se trata, explica, de una obra de magia o de la casualidad.
«Nosotros damos los mismos contenidos que todo el mundo. El resultado es gracias al trabajo, la inteligencia, el amor y el deseo que ponemos en ello. La escuela, la familia y el colectivo pedagógico somos uno. Además, el profesor Julio Grave de Peralta y yo trabajamos muy unidos desde hace casi una década», refiere y narra entonces la travesía maravillosa que significó «Aprendo en casa», un programa radial que ambos crearon en Radio Chaparra para que el impasse de la Covid-19 no afectara a sus muchachos en las pruebas de ingreso a la Educación Superior.
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Aquella experiencia resultó intensa e inolvidable, tanto así que contarla merece páginas aparte. Lo cierto es que tanta devoción al magisterio levanta una ola de gratitud entre padres y alumnos, también resultados concretos porque el profe Lorenzo sabe que educar no es obra de abstracciones.
«Yo me paro en un aula y estoy viendo a los profesionales del futuro, los dirigentes políticos y administrativos del país en el porvenir. Es el futuro de esos muchachos, de su familia y la continuidad de la Revolución», acentúa y lo expresa desde el compromiso asumido consigo mismo, con la escuela, los alumnos y la familia; también desde la felicidad que reporta ayudar a levantar la obra de una nueva hornada.
«Ese es el orgullo de mi vida: ser maestro» – reafirma con absoluta seguridad mientras parece que su estatura, elevada per se, se agiganta con cada reflexión: «Yo digo que ser maestro no es cuestión de oficio sino de sentimiento, un sentimiento muy profundo, es un modo de vida, de entregarse, de comunicarse. El maestro tiene que ser un inconforme ante lo mal hecho, alguien que no tenga ruptura entre lo que dice y lo que hace, que no solo domine el contenido sino que, además, sea un entero optimista, un tozudo, un formador de personalidades y un creyente en el mejoramiento humano».
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