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Vivo está El Cucalambé

Aún se percibe el olor a guayaba madura y a otros deliciosos aromas, presentes en el exquisito banquete ofrecido en el ciberespacio, para honrar a Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, uno de los padres forjadores de la identidad nacional.

Y es que El Cucalambé pertenece a ese primogénito movimiento de ilustrados, que trazaron los símbolos de lo nacional; fue él quien en medio de la más feroz censura conocida en la isla, proclamó en encendidos versos el término patria para expresar el amor primero; íncluso antes que José Martí dijera en Abdala; el amor madre a la patria no es el amor ridículo a la hierba que pisan nuestras plantas, Nápoles Fajardo había acudido- también en plena adolescencia- a los simbólicos héroes del siboneyismo para entregarnos Hatuey y Guarina, todo un canto de amor y patriotismo.

Lo simbólico está en su construcción poética toda; cuando nos canta sus versos a su hogar, se está refiriendo al común de todos los cubanos, es decir, la patria. Juzgue la parábola política en la que reclama la independencia de Cuba de la metrópoli española cuando asegura:

¡Oh mi hogar! Yo te saludo,
Yo te salzo y te bendigo
Porque en ti seguro abrigo
Hallar mi familia pudo.
Ojalá el destino crudo
Me niegue golpes empíos
Y goce yo entre los míos
De vida apacible y larga,
Sin beber «el agua amarga
De los extranjeros ríos».

Sus adversos lo califican de simple salcochador de yerbas, porque como ninguno otro le cantó a Cuba desde sus entrañas mismas; envidia e hipocresía, al admirar con roña su monumental obra, la cual, aún en pleno siglo XXI, presenta evidente actualidad.

Desde ahora contemos nueve años y estaremos celebrando los 200 años del más importante decimista de la lengua hispana del siglo XIX; a él, que fue llamado el poeta mambí, porque su poesía, cargada de patriotismo, los soldados del Ejército Libertador la entonaban como himno de combate.

Las Tunas y Cuba deben comenzar a organizar desde ahora el Bicentenario del poeta que dijo en plena adolescencia a través de Hatuey: «tengo que ser ¡oh dolor! sordo a la voz del amor porque la patria me llama». (Por: Leonel José Pérez Peña)

/nre/

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