Las Tunas.- En su mirada se refugia una pasión que ilumina. Cuando habla de la medicina el rostro se alegra, pero no logra evitar la humedad en sus ojos y tras las lágrimas y voz entrecortada uno descubre a la mujer enorme que la habita.
Desde hace 18 años no solo es Yurina Cruz Fernández, sino la Doctora Yurina, la mujer que en 2006 conquistó su sueño de ser cardióloga y supo entonces que había cumplido con aquella añoranza que la acompañó desde que vio morir a su primo con solo 15 años, víctima de una cardiopatía congénita no atendida a tiempo.
Sus muñecas conocieron primero aquel amor que despertaba por la medicina; aunque su virtud leguleya vaticinara una abogada en potencia, y jamás viniera de sus padres la sugerencia de dedicarse a una profesión tan prometedora. Ella solo soñaba con salvar vidas.
Y fue mucho el sacrificio para lograrlo, cuando llegaban pocas carreras de medicina y las notas debían superar los 90 puntos.
Su mamá Marina Fernández, mientras la escucha contar a Tiempo 21 su historia como médico, enfatiza que estudiaba de día y noche, a veces sin descansar, y ni siquiera se le veía por la casa, porque en su cuarto, junto a los libros, encontraba el paraíso que sabía una vez le concedería el sueño.
El amor por este arte de salvar vidas le conduce los días y el orgullo de quien luce la bata blanca se acentúa cuando de sus labios siempre brotan palabras afectuosas para tratar a sus pacientes; quizá por eso, y su certeza como cardióloga, tantos la buscan y agradecen el don.
Para curar un enfermo lo primero que se necesita es buen trato, sostiene, y junto al comentario una convicción se afianza, y descubre el secreto de su profesionalidad.
La medicina es para desempeñarla con humanismo, conocimientos, sinceridad, sacrificio, dedicación, responsabilidad y mucho amor.
Mientras en Las Tunas los problemas cardiovasculares incrementan y el infarto del miocardio cobró varias víctimas este año, con notable impacto entre la población joven, Yurina alerta acerca de la importancia de cuidarse del sobrepeso, tratar y compensar las enfermedades crónicas como la diabetes e hipertensión y, eliminar el consumo de tóxicos como drogas y en particular el tabaquismo.
En dos ocasiones sus pasos se encaminaron por otras tierras y allí los más pobres conocieron el valor de la medicina de su país, siempre cuestionado. Ghana en 2009 y en los últimos dos años y medio Bolivia le acogió, hasta el Golpe de Estado que el 10 de noviembre le quitó la tranquilidad a esa nación, y de pronto los galenos cubanos fueron acechados y expuestos al peligro que les hizo volver a casa para proteger la vida.
Habla del regreso y su alegría al llegar a Cuba, pero otra vez sus ojos se llenan de lágrimas, las palabras se ahogan en tristeza y provocan una pausa que conmueve.
“Yo estaba alegre y muy triste a la vez, porque pensaba en mis pacientes. Tenía pacientes que me llamaban aún en el aeropuerto y me decían ´Doctorita, nos vamos a morir sin ustedes´. Generalmente las personas que yo atendía eran ancianos y muy pobres. Allá en Bolivia está la enfermedad de Chagas, que ataca el corazón y provoca un aumento de su tamaño, y trastornos del ritmo cardíaco. Casi toda la población la padece.
“Ellos se sentían beneficiados con nosotros porque no tenían que pagar, y al retirarnos sí. Me he comunicado con algunos y sobre todo con compañeros del hospital donde trabajaba y dicen que el hospital está vacío, que no es lo mismo sin los médicos cubanos”.
Muchos parajes intrincados venció esta cubana para atender a la población boliviana, e incluso una de las carreteras más peligrosas del mundo llamada “Carretera de la muerte”. Santa Cruz del municipio de El Torno supo de su consagración y altruismo.
Ahora piensa en su gente de Cuba, en sus pacientes tan apreciados, y aunque descansa para retomar fuerzas y con el año nuevo volver a su hospital de provincia, en sus palabras: “aquí estaré para servirles en lo que me necesiten”, descubro a una mujer sensible, humanista por excelencia, de corazón grande como asegura su mamá Marina.
Su amor por la medicina no la deja conformarse y por eso exhorta a dedicarse a esta carrera por vocación, mirar siempre a los ojos del enfermo y tener el más cortés de los tratos.
Su pequeña mariposa de seis años le inspira los motivos, junto a sus padres atentos y cuidadores celosos de todo cuanto la rodea, y una familia que la admira y valora.
Hace 18 años Yurina saldó y contrajo una deuda consigo misma, salvar vidas todos los días de su existencia, porque bien sabe que con su dedicación puede lograr la medicina de vida.
/nre/
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