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¡Qué maravilla es esa mamá!

«La cama limpia y tendida, qué maravilla es ese papá (…) Sabe cocer, sabe lavar, sabe planchar, sabe cocinar. ¡Qué maravilla es ese papá»!

Los de esta época y los de la pasada saben de qué animado robé este estribillo pegajoso. Todo el mérito para un papá laborioso. Un ejemplo que esquiva las limitantes machistas. Pero la sociedad cubana necesita una contrapartida para este tema, si tenemos en cuenta que en su mayoría son las mujeres las que hacen maravillas en el hogar.

¿Pero alguien cataloga de maravillosa la labor de una mujer en casa? Difícilmente, porque es lo común. Ella se levanta más temprano que todos, hace el café, el desayuno y cuando todo está listo, despierta a los demás integrantes de la familia.

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Vela por que todo esté en orden. Fuera el polvo, fuera el tizne de las ollas, fuera los sueños! Así, poco a poco una mujer puede desarraigarse de sus anhelos para cumplir proyectos ajenos. Una casa puede ser tan hostil como la sociedad misma.

Entre cuatro paredes podemos encontrar lo mismo a una jovencita que quemó etapas y ya tiene una familia que cuidar, una mujer adulta que ha dedicado toda su vida al arte de amar la casa o la jubilada que no ve otra opción. Entre desayunos, almuerzos y comidas se esfuma una jornada. Y a la hora de la novela se agotó la batería.

Las mujeres que se dedican a los quehaceres del hogar en la provincia de Las Tunas ascienden a 76 mil 843, en tanto, los hombres con esa misma condición solo suman mil 921. La retaguardia está asegurada pero al final de la batalla son escasos los honores para ellas. Algunos no perciben que incluso en los pequeños logros del día a día está el desvelo de esas féminas. La llegada puntual, el éxito en algún examen, el rendimiento en el trabajo, la ropa impecable, la merienda oportuna, el café para cada visita. Pero cuando algo de eso falla creemos que esa mujer puede estar defectuosa, como si de un equipo electrodoméstico se tratara.

Esa que se enfoca primero en su trabajo y al llegar a casa no tiene tiempo para sacudir, limpiar o cocinar. Esa que compra ropa que no amerite planchado o cuide sus uñas como un tesoro, es resultado quizás de sus propias ilusiones. Pero siempre existirá quien enjuicie desde el enfoque absurdo de que la mujer debe encargarse de “ciertas cosas”.

Y son ciertas cosas las que excluyen a las cubanas de la felicidad de este mundo. Por ejemplo, en sus hombros recae la responsabilidad de cuidar a los discapacitados. En esta encrucijada son muchas las mujeres quedan atrapadas y por consiguiente sus aspiraciones profesionales se ven truncadas. Poco a poco la casa bonita, limpia y ordenada se convierte en una prisión vitalicia.

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