Las Tunas.- A Tony Borrego lo conocí cuando éramos muy jóvenes y disfrutábamos la Peña de Ferrero, en el Museo taller de escultura Rita Longa, una suerte de espacio creativo informal, en el que una vez a la semana nos reuníamos allí para pasar un rato inolvidable.
En esas peñas Tony estrenó su emblemático poema Discurso de un hombre sólo, que se convirtió como en un himno de su generación, pero que con el tiempo fue un poco más allá, de lo cual hasta él mismo se asombrada, como me confesó no hace mucho tiempo, y aunque no era su mejor poema -me dijo- sí estaba seguro de que era el que más hondo había llegado a los lectores y hasta se lo pedían una y otra vez en reuniones informales.
Era Tony un emblema viviente y no sólo por ser el poeta más popular de su generación, sino por su carisma -y por la extraordinaria calidad de sus textos claro-, porque era un hombre tan sencillo que se ganaba el cariño y la admiración de todos con sólo tratarlo o escucharlo hablar una sola vez.
Yo, que siento el orgullo de ser su amigo, he sufrido amargamente desde que ingresó una cama de hospital el pasado mes de 10 de octubre, y eran tantas las ganas de vivir y seguir creando con sus versos, que con la juventud de 57 años pasó un mes y 10 días desafiando a la muerte, que finalmente le ganó la batalla, aunque no lo hizo claudicar.
Ahora Tony no está más en su casa de la Uneac, no andará de un lado para otro por las calles de esta ciudad, la suya, ni podrá decir sus versos una y otra vez para dejar boquiabierto al auditorio, pero su discurso de un hombre acompañado seguirá inspirando a otras generaciones que aun sin conocerlo lo tendrán como estandarte del buen decir como las ovejas y los demonios que le dieron la gloria.
Comente con nosotros en la página de Facebook y síganos en Twitter y Youtube