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El Ídolo de Güines, subcampeón estadounidense

. Por la importancia de este comentario que define pautas importantes que se deben tener en cuenta para valorar un hecho como el que trata, tiempo21 lo reproduce íntegramente.

Se puede entender que una persona renuncie a su Patria. Podemos perdonar incluso que se tome la dulce Coca-Cola del olvido. Pero tampoco vamos a promoverlo ni a agasajarlo. Las cosas como son: el éxito de Leinier Domínguez en el campeonato estadounidense de ajedrez no es un éxito de Cuba, es un éxito para el país que ahora defiende.

La política del Instituto de Educación Física, Deporte y Recreación (INDER) y la institucionalidad cubana en general no obligaron a Leinier a jugar bajo la bandera estadounidense. Carlos Acosta bailó en una compañía inglesa como Despaigne batea jonrones en la liga japonesa, pero ambos representan a Cuba. Leinier eligió representar a Estados Unidos. Simple como eso. Las repercusiones éticas y políticas de esa decisión (y las valoraciones que hagamos) pueden variar, pero los hechos son hechos.

De que es una pérdida, eso no lo discuto. Pero… ¿Quién recoge los frutos de ese sistema educacional y deportivo cubano que lo formó?

Sartre decía que somos responsables de lo que decidimos hacer con lo que han hecho de nosotros.  La responsabilidad institucional… francamente la desconozco, y no me gusta hablar de lo que no sé (ni sugerir siquiera nombres y apellidos). Si existe, sería muy reprobable. Pero eso no quita que pensemos como Sartre, y digamos que Leinier decidió qué hacer.

La historia moderna está llena de individuos que enarbolaron dos o más banderas: yo me reservo los aplausos para los que no asumieron esa postura. Y que no vengan los paladines de la «libre circulación» a ver en este post una crítica a los cubanos que deciden hacer sus vidas en otros lares.

Las personas son libres de elegir su lugar de residencia. Incluso de elegir las banderas que quieren defender, las causas por las que quieren luchar. Las personas tienen derecho a no creer en lo mismo que creen otros; a no comulgar con ciertas y determinadas formas de asumir la realidad. Cada quien es soberano de su destino (con sus límites objetivos pero tampoco podemos exigir que Cuba celebre a esos que ahora compiten (incluso contra ella misma) en equipos de otras nacionalidades.

No pretendo tampoco quitarle a nadie el hecho de sentirse cubano. Eso es algo muy subjetivo, que le pertenece a cada quién y no es un status que se pueda arrebatar. No es lo mismo la nacionalidad que la ciudadanía, en tanto la primera es el sentido de pertenencia a una comunidad histórica; y la segunda un vínculo jurídico con determinado Estado. Pero sí conozco a muchos deportistas cubanos que juegan al más alto nivel, que son medallistas mundiales y olímpicos, incluso que juegan en competiciones y en clubes o franquicias extranjeras; y nunca han representado a otro país que no sea Cuba.

Algunos se han manifestado en las redes sociales, abogando porque los medios estatales cubanos den cobertura al éxito del que fuera «ídolo de Güines». El quid de la cuestión lo pone y lo quita la gente según sean sus intereses y su perspectiva sobre el asunto, pero una cosa es muy cierta: Leinier juega por Estados Unidos y la prensa cubana no tiene la «obligación» de cubrir sus éxitos, merecidísimos en función de su probado talento y capacidad, pero que repercuten (en cuanto frutos) a favor de su hogar de acogida, y no de su país de formación como atleta.

Para cada decisión en la vida hay una consecuencia. No se puede estar con los indios y con los cowboys. Si Leinier quiere ser un gran maestro estadounidense, que así sea. Pero Cuba no tiene que agasajarlo como el hijo prodigio que abandonó su seno, en nostálgica espera por su regreso. Capablanca fue campeón mundial y nunca renunció a su bandera.

Están los que alegan que, siendo Leinier Domínguez cubano, todos sus triunfos son éxitos de Cuba. Cubano se sentía Luis Posada Carriles cuando murió en su cómodo exilio miamense; cubano se sentía Fulgencio Batista mientras descansaba en su isla paradisíaca, perdida por los mares de Europa; nacidos en Cuba eran la mayoría de los que abogaron por el fusilamiento de los estudiantes de Medicina, los rayadillos que combatieron a los mambises; cubano y patriota se decía Gerardo Machado.

Una cosa es ser cubano. Y otra cosa muy distinta es merecerlo. Y que conste que ya no hablo de Leinier. No hablo siquiera del deporte. Hablo de esa defensa a ultranza que se hace de cualquier individuo por el mero hecho de haber nacido en la Mayor de las Antillas, no importa qué decisiones haya tomado o las posturas que, con respecto a su propio pueblo, su país, haya adoptado.

Leinier y demás pueden tener todos los éxitos del mundo. Que les vaya muy bien y les deseo lo mejor. En definitiva, ¿qué necesidad tiene este gran maestro estadounidense de que un medio cubano reporte su actuación? Como me dijo una amiga: «una vez has escogido no representar a tu país, ya no puedes esperar que tu país te reconozca a ti». (Michel E. Torres Corona /Razones de Cuba)

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