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Savón y su huella en los Juegos Centroamericanos y del Caribe

Savón y su huella en los Juegos Centroamericanos y del CaribeLa Habana.- El boxeo de los Juegos Centroamericanos y del Caribe tiene en el cubano Félix Savón, tricampeón olímpico y seis veces monarca mundial, al púgil historia con cuatro títulos, único con ese aval.

Savón reinó en los pesos completos en las lides centrocaribeñas de Santiago de los Caballeros-1986, Ciudad de México-1990, Ponce-1993 y Maracaibo-1998, una superioridad también ratificada en los escenarios más exigentes de todo el orbe.

La primera de esas coronas la conquistó solo unos meses después de estrenarse monarca universal de mayores en la ciudad estadounidense de Reno, donde derrotó en la final al holandés Arnold Vanderlijde.

En la justa dominicana noqueó al costarricense Emilio Payne y al venezolano José Acosta, y pasó sobre el puertorriqueño Rodolfo Marín por la vía del RSC.

Fue la segunda vez que la cita regional abrió sus puertas a la división de los 91 kilogramos y Cuba mantuvo el dominio iniciado por Hemeregildo Báez en La Habana-1982, en la que aventajó por el cetro al propio Marín.

El también triple dorado en Juegos Olímpicos (Barcelona-1992, Atlanta-1996 y Sydney-2000) duplicó el botín de quienes le siguen en la nómina de máximos ganadores sobre los cuadriláteros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe.

En esa relación, el mexicano Fidel Ortiz aporta la única presencia ajena a Cuba, que cuenta con exponentes legendarios como Teófilo Stevenson, Ariel Hernández, Mario Kindelán y Juan Hernández Sierra.

Sus otros representantes en esa vanguardia son José Luis Cabrera, Rolando Garbey, Hermenegildo, Armando Martínez, José Luis Hernández, Julio González, Enrique Carrión y Manuel Mantilla.

El surgimiento de una estrella

Savón llegó al boxeo casualmente, según propia confesión. Desde pequeño su inclinación por el deporte fue notoria, influido directamente por sus dos hermanas, voleibolista una y atleta la otra, pero no existía en él definición por una disciplina en particular.

Sus pasos iniciales los dio en el atletismo, mas como corredor de distancias cortas fue un fracaso. Después se convirtió en remero y la prueba tampoco resultó satisfactoria.

Al poblado donde nació el 22 de septiembre de 1967, San Vicente, en una zona intrincada de la provincia oriental de Guantánamo, llegó un día de 1981 la noticia: fue inaugurada la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar, primer eslabón de la cadena organizada en Cuba para el desarrollo de deportistas desde la niñez.

«Me propuse ingresar, pero como el entusiasmo fue mucho entre los niños de la provincia llegué tarde, no había matrícula. Insistí varias veces hasta que tuve la oportunidad. En realidad no sabía a qué deporte dedicarme, lo único que quería era ser deportista, sin importarme en qué especialidad. Fue así que ingresé en boxeo», contó cierta vez Savón.

Aquella decisión -más por embullo que por vocación- determinó el nacimiento de un excepcional pugilista, llamado a ser grande entre los grandes.

Su debut competitivo, a pocas semanas de comenzar los entrenamientos, no lo puede olvidar, no solo por el acontecimiento en sí, sino por el sorpresivo desenlace.

«Le di un derechazo al contrario -rememoró- y lo lancé a la lona, sin conocimiento durante unos 15 minutos, mientras yo, en mi esquina, lo único que sentía era asombro».

Vertiginoso fue su ascenso. Sus continuas victorias -o las buenas demostraciones aún en las derrotas- en torneos entre las escuelas del país, hicieron que los técnicos lo seleccionaran con apenas seis meses de práctica para de inmediato acudir al centro educacional deportivo de categoría superior en el nivel nacional, donde paso a paso fue adquiriendo conocimientos y dominio boxísticos. Su primera incursión en la arena internacional fue al año siguiente, en los Juegos de la Amistad de los entonces países socialistas, en Rumanía, de donde regresó a casa con medalla de bronce.

Luego comenzó a asistir a competencias de cada vez mayor nivel, pero siendo aún juvenil perdió en el campeonato nacional de mayores de 1984, año en el cual concurrió a la fuerte lid Strandzha, tradicional en suelo búlgaro, donde lo pusieron fuera de combate, tal vez uno de los momentos más amargos de su carrera.

Con altas y bajas transcurrió el «preámbulo» de aquel bisoño púgil, pero siempre en ascenso, hasta que en 1985 ocurrió el gran salto.

Escalonadamente, Savón triunfó en cuanta competencia participaba, ya entre los mayores sin dejar de ser juvenil. Fueron en total nueve ese año, con otros tantos títulos, incluido el Mundial de categoría junior.

Haciendo gala del mejor boxeo en su división fue demoliendo obstáculos y consiguió 28 victorias consecutivas, sin una sola derrota.

En cada enfrentamiento parecía jugar con sus rivales, de acuerdo con testimonios de la época que luego fueron corroborados al observarlo sobre cuadriláteros de varias latitudes.

A pesar de seguir su trayectoria de cerca, siempre causaba asombro ver esa anatomía de 1,93 metros de estatura desplazarse con agilidad fuera de lo común, con preferencia por la pelea en la larga distancia -lógico por su ventaja en alcance-, aunque sin rehuir nunca el intercambio cuerpo a cuerpo.

Aunque había manifestado su deseo de continuar su carrera boxística, la realidad era que Savón tenía las manos destrozadas tras 15 años de combates al más alto nivel.

Así, anunció su retiro en enero de 2001, antes de cumplir la edad reglamentaria de 34 años impuesta por la Asociación Internacional de Boxeo Aficionado.

En 2001, recibió la Orden Olímpica entregada por el entonces del presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), el español Juan Antonio Samaranch, una distinción que muy pocos la poseen en el universo del deporte.

La recibió en la 112 Asamblea del COI en julio del 2001, en Moscú, donde reiteró lo que siempre dijo durante su carrera boxística: que nunca le atrajo el profesionalismo, ni las promesas de arcas doradas.

«Las cosas que necesito me las da Cuba y lo único que me interesó siempre fue el deporte olímpico», apostilló. (Adrián Mengana Martínez/PL)

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