El día en que cayó, el 19 de mayo de 1895, Martí se inmolaba por el derecho a la vida de todos los habitantes del planeta. (Fidel Castro Ruz)
Han transcurrido 123 años de la caída en combate del Héroe Nacional de Cuba, José Martí, y la vigencia de su pensamiento se mantiene inalterable en la pequeña isla caribeña.
Y no sucede así por casualidad. Martí avizoró los peligros que amenazaban no solo a la Cuba, sino también al resto de las naciones del continente con las cuales nos unen lazos históricos y culturales; alertó sobre el peligro que representaba el entonces naciente imperialismo y con su ejemplo marcó el camino para lograr la independencia absoluta de su patria.
En la actualidad, la situación de algunas de las repúblicas americanas no ha cambiado mucho; si acaso hoy la metrópoli no es la misma, y se disfraza la dominación, el robo de las riquezas naturales de los países condenados al subdesarrollo y la dependencia económica y política.
Estudiosos de la vida y obra de El Maestro coinciden en la importancia del pensamiento martiano. No por gusto es punto de partida para entender los procesos que vive la América Latina actual y comprender muchos problemas del mundo moderno.
Martí el poeta, ensayista, orador o reportero, legó al mundo una vasta obra que contiene sus ideas acerca del mundo que le tocó vivir, sus afanes independentistas y la visión del desarrollo global de los países por los que transitó –sobre todo los latinoamericanos- incluidas grandes naciones como Francia, España y por supuesto Estados Unidos.
De sus enseñanzas se han alimentado varias generaciones de cubanos y latinoamericanos, aunque su obra se estudia en cualquier lugar del planeta. Y es tal la vigencia de ese pensamiento que se considera un puente entre el pensamiento latinoamericano y universal del siglo XIX con los siglos XX y XXI.
En 1891, José Martí escribió el ensayo Nuestra América, documento que remite al hombre de estas tierras a sus raíces, en plena pugna por dar a nuestra cultura e idiosincrasia el valor que merecen sin someterse a la influencia malsana de ajenas culturas e ideologías.
El Maestro avizoró que «los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas. Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de Los Andes».
Pero, no es ese ensayo la única obra martiana que aborda el tema de la necesidad de lograr la independencia de los países americanos: toda su obra de una manera u otra nos acerca a este asunto, para él uno de sus principales objetivos tras alcanzar la libertad de Cuba. Recuérdese si no su interés en fomentar la independencia de Puerto Rico y su marcado respeto, rayano en la devoción, por aquellos que gestaron las luchas primigenias contra la metrópoli española en las sufridas tierras americanas: Bolívar, San Martín y Sucre, entre otros.
El 18 de mayo de 1895, un día antes de su caída en combate por la independencia de la Isla, escribió la carta inconclusa a su entrañable amigo mexicano Manuel Mercado considerada su testamento político. En ella argumenta su antiimperialismo y su lucha por «impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América».
Y más adelante precisa:
«Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: -y mi honda es la de David. Ahora mismo, (…) el corresponsal del Herald, que me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta sólo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante,-la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país, -la masa inteligente y creadora de blancos y de negros.
Por acá yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas (…)».
La herencia de este pensamiento fructificó en el año del centenario del Apóstol, cuando el joven Fidel Castro la hizo suya y declaró que fue Martí «el autor intelectual del Moncada», siendo de este modo el autor también de la revolución que triunfó aquel glorioso primero de enero de 1959.
Fue Fidel el mejor discípulo que pudo haber tenido el fundador del Partido Revolucionario Cubano y gestor de la Guerra Necesaria. El Comandante en jefe cortó de raíz la injerencia extranjera en Cuba y sobre todo de Estados Unidos, a pesar de la peligrosa cercanía de la gran nación norteña.
Por si fuera poco, llena de orgullo reconocer la presencia de Martí en naciones hermanas de estas latitudes: la revolución bolivariana tuvo entre sus principales inspiradores a José Martí, partiendo del apego del fallecido presidente Hugo Chávez a su ejemplo y enseñanzas.
También las más recientes iniciativas de integración continental, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), con sus características diversas, pero también con sus muchas coincidencias, son muestras de que el legado martiano cayó en terreno fértil pues cada una de ellas fomenta la unidad latinoamericana que soñaba el Apóstol.
Otras personalidades de la política en el continente americano estudian la obra de El Maestro y se inspiran en su pensamiento para fundar naciones donde los hombres disfruten de libertad para crear un mundo nuevo, en el que la justicia y la igualdad sean las principales conquistas: Evo Morales, Rafael Correa, José Mujica por solo citar algunos con frecuencia lo citan y remiten a sus escritos.
Y es que la figura de José Martí resume lo mejor del pensamiento político y social de este continente, sus ideas tienen vigencia y son representativas del carácter, la idiosincrasia y la cultura de la región. Asimismo, las ideas independentistas, antiimperialistas y de unidad, que entonces defendió y por las que dio la vida, marcan hoy nuevas pautas en la conciencia de los pueblos.
En entrevista con el intelectual Ignacio Ramonet -recogida para bien de los revolucionarios y de las personas progresistas de todo el mundo en el libro Cien horas con Fidel– el Comandante en Jefe se autodefinió como «socialista, marxista, leninista, pero primero fui martiano».
Es natural entonces que el líder de la Revolución cubana destacara a través de sus discursos, en su obra escrita y en sus acciones cotidianas la dimensión humana, ética, política, ideológica, militar, patriótica, americanista, internacionalista y antiimperialista de José Martí.
Hoy se hace más necesario que nunca traer a la realidad el pensamiento de ambos revolucionarios para entender los nuevos escenarios y luchar contra los intereses hegemónicos de Estados Unidos: solo la unidad de los pueblos latinoamericanos y la defensa a ultranza de la independencia, la soberanía y la identidad de América Latina nos permitirá no solo ser libres sino también desarrollados.
El legado de Martí y Fidel muestra el camino hacia una América Latina unida, más fuerte y con un futuro promisorio.
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