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Bálsamo para el alma

Bálsamo para el alma

Cuando parecía que iba a obsequiar el privilegio de dar a conocer su historia, resultó todo lo contrario. Sin tener la más mínima percepción, Nancy Vilma Rosa Escobar, una señora barrendera hace ya más de 15 años, me regaló una gran lección de vida.

Al contarme su día a día, que para muchos puede ser muy simple y sin gracia alguna, fui descubriendo lo que desde pequeños escuchamos de El Principito, lo esencial es invisible a los ojos.

Precisamente Nancy, con su aspecto humilde y sencillo, transmite confianza y pureza en el alma. Es una mujer que a sus 54 años de edad y la vida consagrada al trabajo, mantiene un espíritu alegre y humano envidiable.

Escuche entrevista a Nancy Vilma Rosa Escobar

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«Cuando pequeña me gustaba mucho cantar. Yo cantaba en la escuela algunas canciones como Perrito Chino que me enseñó mi mamá.

«Por donde trabajo, pasan muchos niños con guitarras y hasta una pequeña toca el violín muy bonito, y yo me quedo mirándolos. Muchas veces llamo a los muchachos con la guitarra para que me canten.

«Cuando descanso de barrer o voy de camino para la casa, me pongo a cantar y así siempre estoy alegre»

Orgullosa y a la vez noble, cuenta esos primeros años en los que había que pasar por un proceso evaluativo en el cual le enseñaban a barrer, a tener disciplina y ante todo, cuidar el entorno y tener un trato agradable con todas las personas.

Y verdaderamente Nancy aprendió mucho en su curso porque ya hoy es una mujer muy dedicada a su trabajo y con un carisma desbordante a cada paso.

La familia es el complemento perfecto de Nancy. Rodeada de hombres es una mujer dichosa que goza del cariño y el cuidado por parte de ellos.

«Tengo dos hijos jóvenes y ambos vienen y me ayudan. El más pequeño viene y barre junto conmigo y se ríe. Lo hace muy rápido y bien. Siempre está preocupado por cómo me siento y me dice, mami si te sientes bien aquí en esta área, quédate trabajando.

«Mi esposo también trabaja en comunales, ya lleva 30 años de labor. Él siempre me dice que no deje de trabajar y cada mañana se levanta, prepara el café, me da un besito y se va para el trabajo.

«Nosotros nos llevamos muy bien y siempre tratamos de mantener la casita limpia y organizada aunque no tenga lujos.».

Pero no solo la familia, ella arrastra todo un pueblo que la quiere y admira su tarea tan noble de embellecer e higienizar el entorno de esta ciudad.

Sin dudas, conocer personas así, que sin tener lujos ni una vida superficial, amanezcan todos los días con deseos de aportar desde su pedacito y darle color a su andar, resulta todo un bálsamo al alma.

/mdn/

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