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Barbarito Diez: la voz del danzón desde la nostalgia

Las Tunas.- Más de un siglo se recuerda hoy de pasos, historias y melodías. El andar por la vida de un caballero que honró con su interpretación temas antológicos de la música cubana, que con su timbre llenó los oídos de varias generaciones.

Fue el 4 de diciembre de 1909 cuando Barbarito Diez Junco concertó su cita con la vida en el pueblo de Bolondrón, en Matanzas, alrededor de un central demolido, del que quizás su voz adquirió esa dulzura profunda.

Con apenas cuatro años se trasladó la familia hacia Manatí, donde el padre encontró trabajo y entonó sus primeras melodías en actos escolares gracias al descubrimiento de su maestra.

Del batey al escenario transcurrieron algunos años, justo en ese pueblo costero al norte de Las Tunas que cada calendario homenajea su impronta, su fidelidad al baile nacional y regreso cada cierto tiempo a una comunidad de imaginarios dulces donde siempre se le consideró hijo nativo.

Y era de esperar su traslado hacia La Habana, capital floreciente para la música, desde donde se lanzó al mundo con Los Gracianos y transitó por la Orquesta Danzonera de Antonio María Romeu, el Septeto Matancero y la orquesta Aragón, entre otras.

Barbarito distinguió con su sello temas de Ernesto Lecuona, Moisés Simons, Eliseo Grenet, Pedro Flores, Rafael Hernández, como Lágrimas Negras, Olvido, Juramento y El que Siembra su Maíz.

Mas, desde esta parte de la isla no se le olvidó, músicos profesionales y gente de pueblo todavía reverencian su voz con nostalgia, como esa abuela semianalfabeta que corea feliz sus temas, esos que grabó con la Rondalla Venezolana, y la hacen moverse cadenciosamente al compás.

Su imagen tranquila frente al conjunto, afinación sorprendente de quien sin estudiar el más mínimo tecnicismo deleita por la precisión de tenor… casi la misma fotografía de su hijo Pablo Diez, quien afirma que en él vive el padre, más allá de semejanzas físicas.

Por eso, regresa cada año a Las Tunas y a Manatí con su orquesta, para horadar nuevamente sus huellas, ya sea a través de presentaciones en teatros, el baile del ritmo al que fue fiel toda la vida, o el revisitar de su carrera mediante el evento teórico que luego recoge ponencias y disertaciones en libro.

Lástima que en un año de tantas ausencias tampoco llegará al Balcón del Oriente el Festival de música popular Barbarito Diez, pero los ecos de su voz seguro resonarán en algún tocadisco conservado por arte de la suerte, gracias a la nostalgia simple de la abuela.

/nre/

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