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Los Surí Batista: el amor a la familia y a la tierra

Las Tunas.- Una de las mayores alegrías de trabajar en el sector de la agricultura es tener la dicha de palpar bien de cerca la cultura de sus protagonistas, sus formas de vestir, disfrutar del amor hacia las siembras y los animales.

Será difícil borrar de mi memoria el momento exacto en que vi a Julio Surí por primera vez. Estaba yo en plena cobertura de prensa en una asamblea de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Niceto Pérez, perteneciente al municipio cabecera y que aúna a un gran número de campesinos de Las Tunas.

Alrededor de 70 u 80 productores ocupaban cada espacio del Círculo Social diseñado en esta base productiva para tales encuentros, cuando mis ojos se fijaron en aquel galán de unos cuantos años.

Hoy confieso que más allá de la enorme historia que se escondía detrás de aquel personaje, vitoreado por muchos, lo que más me impresionó fue su postura esbelta y elegante, que aunque amenazada por los años, reflejaba al gran vaquero que un día fue.

Traía una camisa a cuadros y un sombrero de yarey, unos botines y su mayor arma de combate en la mano, un  bastón de madera.

Estaba acompañado de una señora de piel trigueña y muy sonriente y se ayudaban mutuamente a levantarse de la silla, o trasladarse de un lugar a otro.

Apenas encontré la oportunidad, y dejando a un lado los miedos propios de interrupir aquel encuentro familiar, me acerqué a ellos y como joven curiosa pregunté su edad: «Yo tengo 97 años», me dijo la señora, Isabel Batista, él tiene 99.

Entonces logré que su mirada se cruzara con la mía y me sonrió con algo de picardía, propia de un buen cubano frente a la joven que inocentemente lo acosaba.

¿Noventa y nueve años?, no puede ser, los adoro!, referí, y la señora volvió a marcar terreno con un preciso «estamos casados desde que yo tenía 18 y tenemos 10 hijos vivos, eran 12».

Entonces se fueron acercando aquellos mozos con camisa a cuadros y sombreros tejanos, allí estaba El Chino que era propietario de la finca más grande de la familia, y otros tres que pasaban los 30 años con sus esposas e hijos.

Todos hablaban con orgullo del comportamiento de su padre que aún a sus 99 años es útil en casa, y del amor que todos sentían hacia el rodeo, las corridas de caballos y la monta de toros.

«Yo trabajé con el ganado toda la vida, fui pecuario mucho tiempo. Ordeñaba vacas como un loco, 50 cada mañana. Una vez los jefes me propusieron que ordeñara 100, se aprovechaban de uno y casi no te pagaban nada; pero lo hice.

«¿Tú ves estos brazos flacos? Todo gracias a ellos», expuso el casi centenario, rememorando con una lucidez admirable, los días de su juventud.

Así hablaron por largo rato de su romance, de cuándo se conocieron, los lugares en los que han vivido, lo que gustan hacer y el correcto comportamiento de sus hijos.

Yo los miraba y era imposible no emocionarme en determinados momentos; y es que me parece que la familia Surí Batista, no solo es una muestra de lo eterno que puede resultar un amor, sino además de la dedicación hacia la tierra, los animales y el mantenimiento de las tradiciones de generación en generación.

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