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Yaritza Hernández Peña, con el viento a su favor

No es que el viento despeine su cabello, sino que el pelo se le pega en el rostro bajo el intenso calor que recoge la placa del pequeño local donde cuelgan máscaras, aspas, cables, y cuanto esqueleto sirve para recomponer uno de los mejores amigos del cubano en tiempos de verano, el ventilador.

Yaritza Hernández Peña reconoce que nunca se pensó en un contexto así, y obvia las razones de mayorías prejuiciosas, como la grasa, el polvo o el daño reversible a sus llamativas uñas.

«Desde hace tres años y medio más o menos empecé a ayudarle a limpiar ventiladores, a estar con él, a acompañarlo, y ahí me fui instruyendo, apretando tornillos por aquí y por allá hasta que ya aprendí.

«Él lleva veintitantos años trabajando en esto, yo era grande ya cuando eso, pero no es que me gustara –fíjate- me comenzó a gustar cuando empecé a trabajar con él. Cuando empecé a desarmar, a armar, me fui metiendo en esto y me gustó».

Y mira a su padre en una esquina, donde las canas le resplandecen en el escaso cabello con el sol que penetra por el ventanal sujeto al techo por el artificio de algunos amarres.

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«Son muchas cosas al mismo tiempo: el arreglar, el atender al cliente, que el ventilador está aquí y no puede haber una equivocación a la hora de darlo, a la hora de cobrar, pero una se acostumbra poco a poco».

Cercano al aserrío de la ciudad de Las Tunas, en una de las esquinas de la calle René Ramos, está el taller de ventiladores, resultado de la gestión no estatal, y de un cuarto que tras ser bar y cafetería, terminó por acoger unos cuantos tarecos y a tres componedores de rompecabezas en su interior.

«Era dependienta de comercio, igual que él, porque entonces él era administrador de comercio también. Siempre parece que andaba atrás de él, y siempre me traía al lado, me llevaba para la tienda con él,…parece que ese ha sido el ejemplo que he seguido».

Al tiempo que saca el protector trasero y diagnostica los posibles males del nuevo paciente, uno de esos llamados ciclones, calcula las sustituciones que serán necesarias y los costes. El cliente se va convencido, aunque reconoce que la tarifa no se corresponde con lo que tenía calculado.

Yaritza promete revisar los daños con calma en su casa y revaluar la cifra, si fuera el caso. Me mira y continúa el diálogo, admite que todas las mañanas suelen ser igual de agitadas, más con esta temperatura.

Yaritza Hernández Peña, con el viento a su favor
Las metas laborales de Yaritza complementan a las familiares.

«A veces las personas se asombran al ver a una mujer trabajando en esto, pero ya después no. Ya hay mujeres cocheras y en otras funciones que antes no eran comunes. Hay quien me dice: Y tú con las uñas así arregladas, pintadas y llenas de grasa?, y les respondo que eso no es un problema, después me las lavo».

¿Cómo fue el tránsito de dependienta de comercio a esta tarea como trabajadora no estatal?

«No fue mucha la diferencia porque antes trabajé como manicure, es decir que tenía alguna asociación con esto, además ya estaba adaptada a tratar con público».

¿Cuáles crees que son las ventajas hoy para las mujeres trabajadoras del sector no estatal?

«Depende de lo que hagamos, ciertamente ya somos más mujeres en el sector que hace algunas décadas, y nos da la ventaja de ingresar a la economía del hogar.

«A veces hasta me llevo trabajo para la casa porque estamos muy complicados con la demanda en el taller, no me queda mucho tiempo libre para distraerme, es un poco estresante, pero hay que sobrellevar eso».

Le menciona algo a su esposo sobre un capacitor, y regresa nuevamente a la plática, ahora con una sonrisa al pensar en su pequeño grande que pronto estará en casa y las metas que signan sus rutinas.

«Por ahora sacar adelante la economía de la casa, esa sí es una meta. Lo otro tiene que ver con mi hijo, que está pasando el Servicio Militar en La Habana, deseo que termine y venga para acá conmigo.

«Y acompañar a mi papá que ya está al retirarse, tiene 82 años y vive en Buena Vista, desde donde camina todos los días. Cuando él no pueda más tengo que quedarme al frente del taller y ayudarlo».

El aire sopla a su favor, así lo siente. Sabe que hay clientes insatisfechos, pero son muchas las gratificaciones, por lo que vale la pena seguir el ejemplo de él, siempre con el control de las velocidades para que los vientos sean un buen motivo de impulso.

«Esa es una de las cosas que me ha gustado de esto, cuando recibes un ventilador sin funcionar y logras que ande y el cliente dice: Qué bien, ahora sí me puedo echar aire; y muchos que me dicen que no puede ser que siendo mujer arregle ventiladores cuando ellos que son hombres casi no se atreven a revisarlos. Esas son cosas que me llenan de satisfacción».

/nre/

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