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Antonio Guiteras, con la verdad por delante

Mentir nunca fue su fuerte, algo considerado, por muchas personas, en el mundo de la política un grave defecto. En efecto, aquel joven secretario de Gobernación, Guerra y Marina durante los cien días del gobierno de Ramón Grau San Martín se convirtió en un grave estorbo para la oligarquía financiera yanqui con intereses económicos en Cuba.

En los apenas tres meses de su cartera en el poder, Antonio Guiteras Holmes se destacó por su osadía aprobando leyes que protegían abiertamente a la clase trabajadora, los campesinos, los negros y las mujeres, de los desmanes sufridos en administraciones anteriores.

La rebaja de la tarifa eléctrica y de los alquileres, la jornada de ocho horas, el sistema de seguros y retiros, y el reconocimiento del derecho y el deber de la sindicalización, fueron algunas de ellas.

En 1933, Cuba era apenas el traspatio de los Estados Unidos, por ello no le perdonaron medidas tan radicales y de trascendencia revolucionaria como la intervención de la Compañía Cubana de Electricidad, y de los centrales azucareros Delicias y Chaparra.

El golpe de estado de Fulgencio Batista, echó por tierra las aspiraciones del gobierno elegido democráticamente y Tony se vio obligado a continuar, a riesgo de su vida, en la clandestinidad.

La fundación de la organización Joven Cuba tuvo un programa progresista encaminado hacia la consolidación del proceso de liberación nacional.

La salida ilegal hacia México, desde donde organizaría el regreso de una expedición armada para derrocar al usurpador, se convirtió en la única elección para Guiteras. Sin embargo, el plan estuvo marcado desde el inicio por la traición.

El lugar escogido por su cercanía a La Habana y su escasa afluencia fue el Morrillo, en Matanzas. El mal tiempo retrasó la llegada del yate que se esperaba para el 7 de mayo de 1935 y al amanecer del día siguiente se encontraron rodeados de soldados.

Al ver frustrada la operación, Tony tomó la decisión de no dejarse capturar vivo. Acompañado del venezolano, Carlos Aponte, trató de escapar disparando, pero fueron sorprendidos de frente en lo alto de una pequeña cañada.

La muerte de ambos revolucionarios fue festejada por Fulgencio Batista, la oligarquía cubana, los políticos reformistas y el imperialismo norteamericano.

Pero las ideas de justicia social e independencia para Cuba renacerían poco después, en Fidel Castro y la Generación del Centenario, a quienes tocaría la gloria del triunfo final del primero de enero de 1959.

/nre/

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