El amor deviene frase recurrente en canciones, poemas y conversaciones. Se dice que es ciego, irracional, el más universal de los sentimientos, que duele, que se aprende solo amando. Se habla del arte de amar y se cuestiona, incluso, si es una decisión.
Esa palabra, pequeña en forma y grande en significado, la empleamos con un sentido tan amplio que a veces no podemos describirla en su total magnitud ni logramos descubrirla en todas las circunstancias.
Suele presentarse como enamoramiento, atrayente y especial gracias al destino, la casualidad o la providencia divina. Se disfraza, se escabulle, se confunde, sorprende, llega y transforma. Dicen algunos que nada es tan fácil como enamorarse, cuando la llama de la pasión irrumpe de manera espontánea, a fuego lento o desapercibido con el roce cotidiano.
Pero el amor real, el verdadero, nos pide que hagamos cosas difíciles, ciertos sacrificios, notables esfuerzos. No todo es fácil, no siempre fluye de manera plácida y desenvuelta. Es una elección consciente, inteligente y también muy valiente para entregarnos en cuerpo y espíritu.
Aquellas almas gemelas o medias naranjas, que por alguna razón coincidieron en el trayecto de la vida, que experimentaron inicialmente una poderosa atracción, de momento hallan obstáculos y dudan si vale la pena, si es la verdadera ayuda adecuada, la compañía idónea del viaje para compartir momentos, retos y sueños.
Así, en pugna constante entre pensamiento y corazón, abrimos o cerramos puertas. Pasa el apasionamiento y la efusividad, imponiendo el momento de cuidar esa relación auténtica y madura con el ejercicio cotidiano que no cree en distancias ni defectos ni pesares.
Si se encuentra esa persona especial e ideal se asume la responsabilidad de nutrir la relación para que florezca y no se marchite, para que dure y no fenezca.
Más temprano que tarde se toma plena conciencia de que el afecto debe ser incondicional, máxime si quien tenemos delante no es perfecto, infalible y dista de ser nuestra otra mitad. Ese alguien es solo un candidato a formar un buen equipo para crecer juntos y llegar a acuerdos, dialogar, perdonar, entenderse y comprenderse.
La vida hace que encontremos a determinadas personas por casualidad, es cierto, pero somos nosotros quienes tomamos la decisión de embarcarnos en esa aventura personal y trabajar en ella, aportando cariño, mientras elegimos seguir comprometidos y no rendirnos, a sabiendas que cuando queremos a alguien no basta solo con sentirlo.
El amor hay que demostrarlo con acciones, con gestos porque enamorarse, querer, acompañar, cuidar, amar, escuchar, perdonar son verbos que van más allá de los sentimientos y las emociones.
Amar es elegir y esa tarea debe ser siempre gratificante y enriquecedora…Y sí, en esta celebración del 14 de febrero, día de San Valentín, tradición humana maravillosa que sirve de pretexto para expresar afecto y agradecer, es una fecha en el calendario para pensar en la felicidad de los otros, en los enamorados y correspondidos; pero también en los enamorados y no correspondidos, en los que están solos, en los que aman en silencio, en los que demuestran su amor apoyando, cuidando, y tratando de hacer feliz a los demás.
Si se trata de celebrar, celebremos la vida y expandamos el cariño más allá de la pareja, entre amigos, vecinos, compañeros de trabajo, conocidos y desconocidos. Ya hay odio de sobra y desconfianza en muchos corazones, disgusto entre la gente, entre las clases sociales, las razas, los países, los vecinos del barrio.
En esta fecha, más que nunca, es evidente que esa salvación a través del amor no debe ser una utopía individualista, un espejismo ilusorio que desaparece al día siguiente. Es mejor apostar por el amor duradero hacia nuestros semejantes, hacia nuestros familiares, hacia el prójimo, que es el próximo. Sea el amor para quienes más lo necesitan.
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