Las Tunas. -Un año que termina siempre despierta un amasijo de emociones. La vida, con su indetenible galopar, va dejando huellas en el tapiz del alma, en el cuerpo que se erige boxeador ante los demonios cotidianos.
Este ha sido un año claroscuro. Vamos por ahí, cojeando las molestias por palabras que no queremos oír: virus, apagones, escaseces…; un año para reinventarse y poner a prueba nuevamente nuestra grandeza. Bien dijo alguna vez un sabio: “Los cubanos beben en la misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto y se ríen de la música. Toman en serio los chistes y hacen chistes de lo serio…”. Y con ese refranero popular tan nutrido y variopinto que nos caracteriza decimos, aún cansados y convalecientes: “!A mal tiempo, buena cara!”.
Un año que termina es una especie de termómetro. Cada familia tiene su propio morral de anécdotas. Las hay felices, con historias de reencuentros, nacimientos, graduaciones, renacer… Las hay tristes, con historias de partidas, fallecimientos, virus…, pero todas, incluso las más insípidas, construyen el ecosistema que define nuestra historia.
Habrá quien haya encontrado el amor, habrá quien lo haya perdido para dar paso a nuevos descubrimientos; habrá quien haya cambiado de trabajo y, aun con cierto temor, explore nuevos horizontes o, quien ya jubilado, se adapte a otras circunstancias, sin perder la alegría de saberse útil.
Un año que termina es también una oportunidad de repasar, de reencontrarse con uno mismo, descoser las lecciones e imaginar nuevas pinceladas para dibujarlas luego en el calendario que llega. Entre escenas modestas o lujosas, algarabía o silencio, un nuevo año siempre es un recordatorio de que estamos vivos, de que aún no concluyen los capítulos que componen la novela de nuestra existencia y, por tanto, también es un oasis para la expectativa.
Si por estos días usted es de lo que echa agua a las calles, pues hágalo. Si es de lo que coge una maleta y da la vuelta al barrio, ponga a rodar esas rueditas. Si construye algún muñeco, sea feliz. Y si es de los dichosos que puede dorar un lechón, que lo disfrute, pero si no puede (porque no estamos ciegos a las realidades) sonría igualmente; no hay mayor regalo que estar vivos.
Finalmente crea, crea en el fondo de su corazón y sus entrañas que, contra viento y marea, el 2026 traerá nuevos colores para pintar juntos, usted y yo, todos nosotros, un porvenir mucho más luminoso.
/lrc/
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