Maikel, mi primer hijo, nació un 9 de enero, en una tarde muy fría que congelaba las paredes del hospital general docente Ernesto Guevara.
Recuerdo como si fuera ahora todo el proceso del parto, cuánta demora para llegar al mundo y dar su primer grito a la aurora, hasta que lo hizo, después de que María, su mamá, estuviera varios días ingresada.
Maikelcito fue mi primer gran regalo de este mundo, mi primera gran alegría. Yo tenía 24 años y crecimos juntos, al lado de su madre, y ya cuando caminaba me lo llevaba para donde quiera, orgulloso por aquel pedazo de mi vida. A partir de sus tres años hasta se iba conmigo para algún municipio en mis quehaceres periodísticos del entonces diario 26, y se pasaba el día como si nada, porque en verdad siempre fue muy apegado a mí.
Y así creció, y se fue para los preuniversitarios en el campo, y estudió Química, y se hizo Máster en Ciencias de la Educación. Hoy es un muchacho correcto, serio pero alegre, y junto a su hermano Jose Alberto siempre anda buscándole las cuatro patas al gato, “dándome chucho” con las ocurrencias de ambos que alegran la casa.
Maikel pasó cuatro años en la misión educativa de Jamaica, donde impartía Química, su especialidad, y otras asignaturas, y cada vez que venía de vacaciones en julio y diciembre la casa se volvía una fiesta.
Jose Alberto, o el Tuti, como le digo desde pequeño, nació nueve años después de su hermano, un 26 de julio, en una tarde extremadamente calurosa y hoy es una suerte de muchacho que se ha ido de las manos porque hace mucho tiempo que dejó de ser el más chiquito del hogar, por lo menos en tamaño y en edad.
Él es médico y es algo así como el barredor de tristeza de la casa, el ocurrente, el que siempre te sorprende con algo para alegrar a la familia más pequeña. Los cuatro vivimos juntos, aunque hayan tenido sus novias, se hayan casado y muchas veces estén fuera de la casa, siempre regresan y siguen siendo mis niños aunque hayan crecido y hagan su vida, porque para los padres los hijos no crecen, y aunque sean unos viejos siguen siendo los pequeños del higar.
Recuerdo ahora dos instantes que muestran su relación conmigo: yo trabajaba en Telesur, en su sede central de Caracas, Venezuela, y a Maikel le aprobaron su misión a Jamaica. Entonces me dijo: “cómo me gustaría que estuvieras acá para compartir esta alegría contigo”. Y ese año Tuti se graduó de médico y me escribió el mismo día de mi cumpleaños, que coincidió con su examen estatal: “Ahí va mi mejor regalo. He cumplido mi compromiso, ya soy médico. Te amo”.
Por ello Maikel y Jose Alberto son las dos más grandes alegrías de mi vida, y no solo porque los hijos son lo máximo para cualquier persona, sino porque siempre hemos estado muy unidos. Y eso es más que suficiente para ser felices.
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