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La radio, esa dama versátil

Aunque cada año se reitera, y mucho más que como requisito indispensable al medio, volvemos a transitar por otro 22 de agosto para recordar los primeros minutos en que la genialidad de Luis Casas Romero, con su 2LC, permitió a los cubanos vivir la novedad de la radio.

Fue en el año 1922, a dos décadas escasas de que el aparato hiciera de las suyas en el mercado norteamericano y su expansión permitiera que llegara a la neocolonia, sobre todo como plataforma para la emisión de música, tanto grabada, como de conciertos en vivo.

Así se generalizó una opción que se convirtió por un buen tiempo en centro de la vida familiar, de esparcimiento, y sobre todo de comunicación y fuente veraz de noticias que movilizaban a la sociedad y dirigían la opinión pública.

La industria cultural ganó adeptos, especialmente en el público femenino con el auge de la radio novela, formato que desde Cuba se exportó al mundo por los valores estéticos, formales y las excelentes interpretaciones, que calan profundo hasta hoy en la memoria de abuelitas aún seguidoras del género.

Más allá de intereses comerciales, con la promoción de productos de moda, servicios y alguna que otra campaña política, el 1959 llegó para democratizar aún más el medio que exigía poco capital para su disfrute, llevándolo a regiones intrincadas y explotando mejor su carácter comunitario.

Voz del pueblo, compañera, fuente de diálogo y evolución, posee hoy un entramado sólido y multidireccional que le permite a la audiencia también ser protagonista, cómo si no ese sonido para ver que potencia imaginarios desde la cotidianidad de cualquier espacio social.

Y para quien creyó verla naufragar con el auge de la era digital, hoy se reconoce como especie de dama versátil que exige de los suyos la inserción con audio real en Internet, mayor frescura en los contenidos y el respeto de la diversidad de los públicos desde la proyección de su parrilla.

Por eso se mantiene fiel a pesar de las tormentas, las fallas tecnológicas y las distancias, casi de incógnito en el más pequeño de los artefactos que conectados a un par de audífonos te susurran del mundo y sus misterios, tanto del que sueñas como del que te toca el hombro para decirte que también eres parte de él.

Sin descontar por supuesto las barbas, las mañas de quienes siguen anotando la historia para que no se pierda en el éter lo que a diario tantas sensaciones desata.

/nre/

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