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Cuba, en resistencia y lucha por la victoria

Cuba vuelve a estar en medio del huracán. Pareciera no escampar para esta Isla sembrada en el mar Caribe. Desde el 27 de noviembre del pasado año vivimos en medio de una intensa ofensiva que ha apelado a todo para denigrar la obra de más de 60 años de Revolución y abrir un cisma entre los cubanos: campañas difamatorias y de odio, mentiras, manipulaciones, ofensas, amenazas, bloqueos económicos, articulaciones investidas de inocencia… una verdadera componenda al estilo de una típica y bien articulada campaña de inteligencia. Nada nuevo, la verdad. Solo que en este maremágnum de (des) información que vivimos es muy difícil separar el trigo de la paja, los discursos se camuflan y pareciera que hay derecho a todo, solo porque cada cual cree y construye su propia verdad o realidad.

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Así las cosas, el último capítulo de este culebrón novelesco entorno a la realidad cubana llegó ungido de una retórica legalista sobre el derecho a manifestarse «de forma pacífica», contra «la violencia», por «el cambio», por «la democracia» y un largo etcétera que así, de oídas, solo de oídas, pareciera inocente y bueno para todos. Pero las simplificaciones y las abstracciones no son idóneas cuando hablamos de política, porque todo esto se trata, sí, de una cuestión política que se dirime al final, en el terreno de la práctica.

A Cuba la pintan hoy, sobre todo en las redes sociales, como «una sociedad moribunda y sin futuro, a punto de colapsar», un país sin esperanza en el que no hay espacio para la verdad, la honestidad, el éxito… un país totalitario; una dictadura, dicen. ¡Cómo si en este país no hubiésemos tenido dictaduras antes de 1959! ¡Cómo si no supiéramos los latinoamericanos del legado de Pinochet, Videla, Stroessner! Pues bien, como Cuba es una dictadura necesita un cambio, un cambio de régimen, argumentan; aunque en realidad ni ellos mismos sepan bien qué quieren o, mirando un poco más allá, hasta dónde iríamos a parar tras ese cambio. Seguro que no será hacia el prometido paraíso, sino miremos a nuestro alrededor, a los vecinos cercanos.

La realidad de Cuba es mucha más compleja que los juicios que como ciudadanos emitimos en el común de simplificar o compararnos con otras naciones; es tan o más compleja que la respuesta a la pregunta de si se debió o no autorizarse la denominada «Marcha por el cambio», de si es o no un derecho ciudadano. Aquí la fórmula no es tan sencilla como un «sí» o un «no», lógicamente, cada cual procura responder según sus conocimientos, nivel de información y hasta sentimientos.

Ahora, razonemos, si la Constitución que la mayoría de los cubanos votamos suscribe que el sistema socialista es irrevocable, no es posible que yo, usted o cualquiera espere que le autoricen acciones dirigidas expresamente a derribarlo. Los derechos no son bienes absolutos sino que, tal y como los juristas han explicado, existen límites legales para el ejercicio de estos; es decir, existen definiciones y reglas que enmarcan la actuación de los ciudadanos.

Cuba tiene derecho a la defensa, cualquier país la tiene dentro de los límites del respeto a la vida y la dignidad humanas; este es también un principio que debemos defender porque forma parte de nuestra esencia como nación. La respuesta ha de ser política y a la altura de la ética y la decencia que propugnamos en la manigua y en la Sierra; pero, contestación al fin, debe marcar, nítidamente, la raya que, como cubanos patriotas, no hemos de traspasar o, en otras palabras, la que nos separa. Los demás sería darle posibilidad al plan de un gobierno extranjero de destruirnos, sería dejarnos seducir por un discurso que se viste inclusivo cuando la verdad es que es todo lo contrario.

Esta ínsula posee su propia manera de entender la democracia, ¿qué no es perfecta? Sí, es cierto. ¿Qué puede ser perfectible? Sí, también; pero es tan «legítima y respetable como cualquiera otra» y ha tenido hasta hoy un horizonte innegociable: el Socialismo «a lo cubano».

Infórmese, lea, analice, desconéctese incluso de las redes sociales donde pululan la banalidad, la manipulación y los discursos de odio; aplique pensamiento crítico a la realidad de Cuba; seamos seres «sentipensantes». No es frase hecha esa que reza que «A Cuba hay que quererla».

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Lo que tenemos como nación en juego, supera cualquier mirada reduccionista de la realidad nacional, hoy tal vez más compleja que nunca. Hay mucho camino por andar, lo confirmamos hace solo unos días el visualizar el documental Canción de Barrio y lo supimos, con dolor, el 11 de julio. En esta lucha de ideas y proyectos, es cierto, muchos han perdido la esperanza; esa que no nos deja rendirnos en medio de la adversidad; y que no debemos perder en el anhelo de imaginar y crear un país socialista y próspero en el tiempo.

¡Qué no nos falten el amor, la paz, la fraternidad y la fuerza para agenciarnos la fe en el porvenir y la felicidad!; esa que, a mi juicio, solo nos llegará tejida a partir de nuestras manos y en función del bien común.

/mga/

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