Desde su nacimiento, Panchito Gómez Toro, parecía destinado a tener una vida heroica y trascendente. Y no era para menos, pues vino al mundo en plena manigua, el 11 de marzo de 1876 y por sus venas corría la sangre del Generalísimo Máximo Gómez y de la valerosa Bernarda del Toro.
Junto a la leche de su madre sorbió también el reclamo de hacer libre a su patria. A los dos años de edad partió al exilio, y en tierras estadounidenses conoció la leyenda de Antonio Maceo y aprendió a admirar su grandeza.
En Montecristi y Nueva York, al lado del H{eroe Nacional de Cuba, José Martí, vio cómo el llamado Apóstol de la independencia forjaba la unidad para la guerra necesaria y colaboró en su organización.
Al materializarse la expedición de Gómez y Martí, Panchito reclamó un lugar y aunque su padre le prometió mandarlo a buscar cuanto antes, miles de contratiempos retardaron su regreso a Cuba.
Desesperado, se enroló en la expedición de Juan Rius Rivera y llegó a suelo pinareño el 8 de septiembre de 1896.
Tras duro peregrinar, logró incorporarse a las tropas del Mayor General Antonio Maceo y ganar los grados de capitán junto al General Pedro Díaz.
Aunque su experiencia militar era mínima, Maceo lo nombra su ayudante por su fidelidad y bravura en la pelea.
El 7 de diciembre de 1896, al darse la orden de combate ante la presencia del enemigo, el Mambisito estaba herido en un brazo y se decidió que permaneciera en el campamento de San Pedro.
Sin embargo, al conocer la caída de su general partió impetuoso hacia el potrero de Bobadilla.
Tenía solo 20 años cuando las balas enemigas lo abatieron intentando proteger con su juvenil pecho a Maceo.
Panchito Gómez Toro, el Mambisito, no logro hacer realidad su sueño de reunirse con su padre ni visitar la tumba de José Martì, pero legó a las nuevas generaciones de cubanos un proverbial ejemplo de patriotismo y fidelidad.
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