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Ignacio Agramonte, un cubano de su tiempo

Entre la alta yerba del potrero de Jimaguayú el 11 de mayo de 1873 quedó tendido por las balas enemigas, uno de los más grandes y queridos héroes cubanos.

Ignacio Agramonte y Loinaz nació en una familia criolla, ilustre y rica de Camagüey en la cual recibió una esmerada educación basada en rigurosos valores morales.

Antes de construir su leyenda de valor en los campos de batalla, se graduó de Derecho Civil y Canónico y fundó la Junta Revolucionaria de Camagüey.

El joven abogado de esbelta figura, modales elegantes, y firmes principios morales, se forjó también una leyenda como gran estratega militar al convertir la caballería mambisa en una fuerza temible para los españoles.

Ya en 1871 estaba al mando de las tropas insurrectas hasta la jurisdicción de Las Villas.
El día fatal, conociendo la presencia enemiga en los alrededores de Cachaza, arengó a su tropa y se encaminaron a dar combate.

Luego de la orden de retirada, El Mayor se adelantó a los jinetes que le acompañaban. Los tiradores enemigos acechantes, le dispararon a corta distancia, de frente y desde abajo.
Al caer el jefe, la confusión en las filas mambisas fue enorme. Sus hombres regresaron a rescatar su cuerpo, pero los hispanos se lo habían llevado para exhibirlo a la ciudad de Puerto Príncipe.

Su muerte representó un duro golpe para la causa revolucionaria, pues era considerado por sus compatriotas, después de Carlos Manuel de Céspedes, como la figura más capaz y de mayores aptitudes para encauzar la revolución de 1868.

Al ofrendar su vida joven por la patria, con solo 31 años de edad Ignacio Agramonte y Loynaz, entró para siempre en la historia de Cuba, como patriota, abogado y militar, pero sobre todo, como cubano digno de su tiempo.

/lrc/

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