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Guillermo Moncada, por la libertad hasta el último aliento

Tres guerras peleó, Guillermo Moncada, contra el colonialismo en Cuba y aunque hubiera preferido caer atravesado por las balas enemigas, la traicionera tuberculosis contraída en las mazmorras españolas le privó, el 5 de abril de 1895, de morir como había vivido.

Aquel negro corpulento y guapetón no dudó en alzarse, con 27 años de edad, en la recién iniciada Guerra Grande, en 1868 a las órdenes del general Donato Mármol.

En la manigua se peleaba sin zapatos y con machete por la abolición de la esclavitud y la libertad de la patria, ideales que compartía plenamente, Guillermón, sobrenombre ganado entre sus compatriotas por su gran estatura, física y moral.

Con educación  elemental, tal como correspondía a un hijo de esclavos libertos y natural del Barrio Los hoyos de Santiago de Cuba,  logró destacarse en el Ejercito Libertador por su extraordinaria inteligencia natural y valentía, y a solo un mes de iniciada la contienda contra el ejército español, Moncada había ganado un ascenso y se desempeñara como Segundo Jefe de su tropa.

Siempre tuvo un lugar destacado cerca de los grandes jefes de la guerra. Combatiría junto a Máximo Gómez. Luego, como subordinado de Calixto García, incursionó como experto guerrero en Camagüey y regresó a Oriente con Antonio Maceo.

En Mangos de Baraguá  Guillermón estaría firme al lado del Titán de Bronce, y ya con grados de  general de brigada, rechazaría el Pacto del Zanjón, aquel ignominioso acuerdo que ofrecía la paz sin independencia, ni libertad para los esclavos.

La obligada tregua, no apaciguó su ánimo independentista y junto a José Maceo y Quintín Banderas participaría en la Guerra Chiquita. Aquellos bravos jefes de la nueva intentona fueron muertos calladamente o enviados a los presidios y Moncada fue a dar con sus huesos a las mazmorras del cuartel español, que años más tarde, llevaría su nombre.

José Martí consciente del valor y el prestigio del veterano mambí, al organizar la guerra del 95, le otorga el cargo de jefe de la provincia de Oriente, por ser el dirigente de mayor reputación, en ausencia de Antonio Maceo.

Días antes del alzamiento del 24 de febrero de 1895, Guillermón se echó al monte casi moribundo. Con su recia fisonomía carcomida por  la tuberculosis, no podía quedarse en casa mientras sus compatriotas luchaban por la patria. Allí, con su último aliento realizó el más valiente y doloroso de sus actos, al confiar la jefatura al Mayor General Bartolomé Masó.

El héroe invicto de las tres guerras de independencia cubanas contra España, moriría bajo la bandera de la revolución en el campamento de Joturito, el 5 de abril de 1895.

En Santiago de Cuba, muchos lugares llevan su nombre en homenaje a la impronta de victorias y rebeldías, de este gran general mambí, inspirador de las nuevas generaciones de cubanos.

/ymp/

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