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Árbitros cubanos: merecedores de respeto

Árbitros cubanos: merecedores de respetoCuando Manuel Cutiño Contreras, metodólogo de fútbol en Las Tunas me dijo en las puertas de la EIDE Carlos Leyva González: «escribí algo sobre los árbitros que necesito leas a ver qué crees al respecto», imaginé una crítica descabellada a los que cometen errores e injusticias en los terrenos y logran ofensas y hasta maltratos por parte de atletas, entrenadores y aficionados.

El escrito sobre la mesa invitaba a ser leído por mis curiosos ojos y ahora confieso mi confusión en un inicio con el contenido de la nota. Una oración, en el segundo párrafo me hizo entender todo con claridad: «la mayor parte del tiempo son catalogados de ser los responsables de las derrotas, son abucheados, maldecidos y hasta agredidos físicamente; sin percatarse quien lo hace que solo el hecho de atreverse a realizar con amor su labor, sin respaldo económico en muchas ocasiones, merece respeto».

Entonces descubrí que el profesor no estaba para criticar a los árbitros, la más común de las acciones; sino para defender a los que me decía «dejan muchas veces a un lado a sus familias para ser los profesionales menos respetados del país».

Sus palabras me hicieron reflexionar y como un proceso de semiosis llegué a un terreno de juego y reviví muchos de los maltratos que he presenciado hacia ellos, incluso me vi a mí misma, espectadora al fin en muchos eventos deportivos expresar: «pero boten a ese hombre que no sirve para nada».

No es menos cierto que hay decisiones arbitrales que pueden salvar o hundir una selección o a un atleta en específico, pero tampoco es falso que son ellos los jueces encargados de hacer que se cumplan las reglas del juego y, conocedores de todos los deportes, tiene la función de lograr orden y disciplina entre dos rivales dentro de la calentura de una competencia.

«En Cuba no se enseña a respetar a los árbitros y aunque en un determinado momento se equivoquen, el puesto en tela de juicio debe permanecer callado; porque si es atleta está allí para jugar bien y los entrenadores, que en mi modesta opinión son los que más dañan, están para preparar bien a un equipo durante la temporada, no para que cuando sus malos métodos salgan a la luz en una competencia la cojan con los que nada tienen que ver en ello».

Entonces pienso en la educación que deben recibir los atletas desde edades tempranas por parte de sus preparadores. Si les muestran arrebato y descontrol a los pequeños ante una decisión arbitral, los infantes en un futuro también lo harán; pero si ven por parte de sus profesores respeto, como se debe actuar con los padres aunque también puedan equivocarse, entonces sabrán quedarse callados, reclamar como es debido, y abrazarán sus manos a la espalda en muestra de educación.

«Si en vez de estar pendiente de la más mínima confusión del juez, miráramos con ojos evaluadores las jugadas de los equipos enfrentados, para descubrir las imperfecciones propias capaces de mejorarse en los entrenamientos; si fuéramos más profesionales, revisando nuestro modelo de actuación, logrando ser merecedores de la designación de educadores, entonces estas razones y varias más que no he resaltado en este sencillo artículo nos permitiría no adjudicarle la derrota al señor evaluador.

«La relación entre el entrenador y el árbitro siempre será una quimera para los que no gusten de la superación constante, para los «sabelotodo», para los que prefieren recostarse del error humano, para los que miran y no observan, para los que prefieren no estudiar la clave del éxito».

Así terminaba aquella reflexión, de seguro surgida ante la presencia de alguna injusticia, pero siempre necesaria para que cada presentación deportiva sea un espectáculo que deje entrever la cultura que caracteriza al pueblo cubano.

Siempre habrá árbitros buenos o malos, como atletas buenos o malos, médicos y periodistas, todos podemos ser acusados en algún momento de incapacidad; pero métodos existen para reclamar, exigir superación, incluso sanción.

Nunca los maltratos serán métodos educativos. La solución no está en dejar caer en otros nuestras responsabilidades, porque solo la aceptación de los fallos individuales nos hará mejores. El consejo es para atletas, árbitros, entrenadores y para las personas que laboren en cualquier entidad.

/mdn/

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