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Celia era lo mejor en persona

Las Tunas.- En el arsenal de experiencias en su vida de guerrillero, el combatiente de la Revolución cubana, el tunero Robespier Rodríguez Morales guarda con especial orgullo, el breve encuentro con una mujer única y de herencia mambisa, Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley.

Tenía poco más de 20 años y era nativo de la localidad rural de La Botija en el kilómetro 12 de la carretera Las Tunas-Bayamo, cuando en octubre de 1958 subió a la Sierra Maestra para llevar a un grupo de combatientes que se incorporarían al Ejército rebelde.

«Yo llegué a la Sierra y me dirigí a la Comandancia de La Plata y le dije al guardia de posta que quería ver al Fidel Castro. Él me dice que Fidel está con un compañero del Segundo Frente y no puede atenderme. Luego regresa acompañado de una mujer bajita, delgada y de pelo lacio muy atenta. Yo me identifico con ella y me dice, yo soy Celia».

En el breve encuentro, Celia con gran rapidez y amabilidad le dio curso a la petición del entonces muy joven revolucionario.

«Le expliqué que iba de parte del capitán Otto Muster a llevar a un grupo de combatientes de Puerto Padre, de donde era Paco Cabera y a otros que eran de Las Tunas y le entregué la relación con los nombres que traía en el bolsillo. Eran 32 hombres y yo 33 y que estábamos allí para ponernos a disposición de Fidel».

Aunque han pasado más de 60 años de aquel memorable encuentro, Rebespier aún recuerda la amabilidad con la que Celia le reiteró que el Líder de la Revolución cubana no estaba disponible en ese momento, pero se retira con su petición y en breve regresa con la respuesta.

«Esa mujer era una onza de oro. Era muy amable y simpática. Todo el mundo lo decía, que era lo mejor en persona que había. Me extrañé que siendo tan chiquita y joven fuera la secretaria del Comandante. Me dijo que el compañero Fidel mandaba que llevara a los compañeros para Minas de Frio y nos pusiéramos a las órdenes de Aldo Santa María».

Luego vendría la lucha de la montaña al llano, el triunfo y la entrada de los rebeldes a la capital. Aunque terminó la guerra con grados de teniente, Robespier optó por la vida civil y durante su vida laboral activa cumplió responsabilidades de dirección al frente de varias tareas de choque.

«Esa fue toda la relación que tuve con ella. Después del triunfo muchas veces tuve deseos de ir a verla a La Habana pero en las vorágine de la vida y el trabajo nunca lo hice».

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