Carlos Tamayo Rodríguez
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Domingo por la mañana: Un niño entra al zoológico; su padre le enseña los nombres de los animales. Más tarde irán al acuario; al anochecer regresan a la casa en el campo.
Domingo siguiente por la tarde: Llueve y la promesa del padre de llevar a su hijo al estadio no puede cumplirla. Lo consuela porque escucharán reportes de los juegos de pelota que trasmitirá la radio desde todos los terrenos del país.
A medida que escucha, al niño se le viran los ojos: los gallos pelean con los elefantes, los leones enloquecen por las avispas, los toros quedan mutilados por los tiburones; ladran los cachorros mordidos por los cocodrilos, mientras los caballos alazanes patean a los tigres que los desgarran.
De pronto unos cazadores les disparan a los indios y a los leñadores, y en medio de esos combates, huracanes arrancan las naranjas y los piratas desaparecen por un tsunami verde.
El niño, con los ojos desorbitados a consecuencia de semejantes narraciones beisboleras, cuando ya es víctima de un lamentable estrabismo semántico, le cuestiona al padre: ¿De veras el domingo pasado me llevaste al zoológico y al acuario?